Mientras estuvo en El Observatorio, al joven Luis no le fue todo lo bien ni todo lo mal que puede esperarse: ni se convirtió en narco ni se dejó atracar todos los días, ni mató ni lo mataron, ni se ganó la fama de exterminador ni la de pazguato: simplemente vivió y dejó vivir. Lo cual demuestra que no todo lo que se mueve en las barriadas es mala yerba. Aun así, la familia tuvo la necesidad de cambiar de ambiente y fue a parar al barrio tocayo, el Veintitrés maracayero. Esto, en 1996.
Ya tendrían ocasión de verificar lo celestial que pueden llegar a ser las poblaciones pequeñas.
Llegamos al 11 de mayo de 1999; Luis fue a clases en la mañana, regresó a las 12:30, realizó su faena doméstica como siempre y se acostó a dormir hasta cerca de las 5:00 de la tarde. A esa hora anunció que iba a casa de su abuela -sí, ya lo sabemos, suena a Caperucita Roja, no es nuestra culpa-. Horacio Quiroga recomienda no usar frases como "Fue la última vez que lo vieron con vida", pero esta vez es preciso desobedecer al maestro, porque esa fue la última vez que Luis Bastardo Henríquez fue visto con vida.
La madre y otros familiares llegaron al Hospital Central de Maracay, donde se suponía estaba el cuerpo del muchacho, y en efecto ahí estaba. El oficial de guardia les informó que el joven había ingresado a eso de las 10:40 de la noche -una hora y 10 minutos después del proclamado tiroteo- y falleció cinco minutos después de su ingreso. Además, había llegado al hospital sin sus pertenencias: ni documentos, ni ropa, ni nada; apenas un par de botas. Tenía cuatro heridas de bala, cada una con su respectivo círculo de pólvora alrededor: dos en el intercostal izquierdo, uno en la pierna y otro en el brazo del mismo lado. El jueves 13 recibió la humillación post mortem de rigor, pues en la prensa regional -El Siglo, El Aragüeño y El Periodiquito- apareció publicado que Luis Bastardo era un hampón que acababa de robarse una moto, y que, al ser descubierto, había respondido con disparos a la voz de alto de los gendarmes.
Pero, como suele pasar, en aquella estación de servicio hubo testigos de lo ocurrido, y han declarado lo siguiente: el joven fue violentamente abordado por una comisión policial e introducido en una patrulla a puñetazos. Cuando el automóvil oficial comenzaba a moverse, sonó un disparo. Nadie escuchó los otros tres.
Ahora el epílogo, para que usted, gobernador Didalco Bolívar*, se dé un gustazo tomando medidas. En el barrio San Vicente, un grupo de vecinos ha decidido recolectar firmas para exigir que el agente Mata Rosales sea trasladado a otra parte, pues más de un caso de hostigamiento hay pendiente en contra de dicho funcionario. El lunes pasado, un vecino del sector -no estamos autorizados para revelar su nombre, pero lo tenemos en reserva- fue detenido, amenazado y vejado en el módulo de San Vicente durante varias horas. La razón: los policías querían mandar a parar la fulana recogedera de firmas. El vecino detenido llevó de regreso al barrio un mensaje: si la gente de allí insiste en denunciar al funcionario, ciertos habitantes escogidos tendrán algunos problemitas extras en sus vidas. La gente de San Vicente no es gitana, no está sola: la denuncia está en la Subcomisión de Derechos Humanos del Congreso, y en la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz.
2 comentarios:
ah ok... ta bien
Cuaimy
Bien trágico
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