abril 21, 2005

Madrecita del alma querida

Ella es una de esas tipas zumbadas, sabrosonas y altaneras que bailan el guaguancó con la misma energía con que entrompan por las calles con el primero que las mire mal; hembrota candente, rabiosa, un poco vulgar ella pero con encantos suficientes para arrancarle un piropo entusiasmado a un arzobispo. Bravucona, bella, despiadada, rumbera; mil veces la han visto por las calles de Petare manejando una moto con una destreza que mete miedo, como toda ella. Pujante, decidida, implacable e indetenible, nadie la verá temblar sino ante una sola situación: con un sartén y en la mano y una hornilla enfrente. Nadie probará jamás una arepa hecha por ella.
Un buen día, La Hembra (de ahora en adelante la llamaremos La Hembra) conoció a Rubén, un muchacho de su edad (22, quizá 23 años) a quien no le llevaba nada en eso de echar un pié y soltarse a repicar los cueros, y helos allí, enamorados un buen día de enero de 1996. En febrero la gozadera había llegado a su clímax y todo indicaba que se prolongaría hasta mucho más allá, pero de pronto la naturaleza intervino y, como en muchas historias de amantes desaforados, el Rubén calculó mal uno de sus disparos y le zampó una inesperada barriga a La Hembra, un mes después de conocerla. Así que a comprar batas y talquitos y adiós rumbas, adiós cervezas, adiós motos, adiós la calle bravía, por ahora.
La Hembra parió en octubre una niña rozagante a quien le pusieron por nombre Yoselín, en honor de su tía que se llama María Mercedes. Por supuesto que La Hembra no estaba acostumbrada a esa vida de ama de casa sacrificada y cuidadora de niños, pero aquella criatura angelical le inspiró un no sé qué y decidió que era hora de intentarlo, pues el instinto maternal dura toda la vida.
Bueno, hay sus excepciones. A La Hembra ese instinto le duró apenas dos meses: en diciembre sentó al Rubén en una silla y le dijo: “Mijo, usted se peló si cree que yo le voy a criar a su niña”, se la entregó con todo y ropa y adiós maternidad. Andar en moto como que es más sabroso que lavar los pañales y ponerme a coser.

Una ocasión especial

La familia de Rubén, muy comprensiva y hasta encantada con la decisión, tomó para sí a Yoselín y la convirtió en una más de la casa, quién no iba a encariñarse con una carajita tan linda. No bien cumplió la niña un año de edad, su padre, Rubén, tuvo un lance extraño en una calle cualquiera y cayó preso. Cuentan que el responsable de ese traspiés es un tal Rodrigo, quien, por cierto, en esos mismos días comenzó a salir con La Hembra y la convirtió en su pechuga. “¡Qué pasó, mamita!”, parece que fue su declaración de amor, y desde entonces viven juntos en el barrio 5 de Julio de Petare, en una vivienda que no le resultaría acogedora ni a una manada de cachicamos.
Llega 1999; Rubén continúa preso, específicamente en La Planta; La Hembra y su Rodrigo hacen vida marital en aquella casa espeluznante y Yoselín crece sana y feliz en casa de las tías. Pero un día de mayo el instinto maternal volvió a regresar al corazón de La Hembra, quien se presentó en casa de Rubén y le dijo a los presentes que ella iba a llevarse a su hijita para pasar con ella el Día de Las Madres. Cero objeciones; aquella era su madre, cómo discutirlo, y menos en una ocasión tan especial como ésa.
Le entregaron a Yoselín el domingo 9 de mayo en la mañana y ella prometió devolvela en la tarde. Montó a la chama en su moto y partió muy contenta. Ah, qué cara de felicidad se le notaba mientras culebreaba cerro arriba con la flor de sus entrañas.

La siniestra cama de Yoselín

A La Hembra le gustó tanto la compañía de su hija que no la regresó a su hogar aquella tarde, ni tampoco al día siguiente, ni al otro, ni al otro. Una llamada de preocupación de las tías de la niña fue respondida por La Hembra en su mejor estilo: “Ella es mi hija y no tengo por qué devolverla”. Otro argumento irrebatible. Parece que alguien estaba asesorando a La Hembra en materia de leyes.
Las tías no se rindieron tan fácil e insistieron vía telefónica; La Hembra utilizó entonces un tono más fuerte: “O me dejan en paz o va a haber plomo”, una amenaza que la gente de Rubén tomó en serio porque el Rodrigo aquél tiene fama de ser un sujeto muy violento. Nueva llamada de las tías en son de paz; La Hembra optó entonces por cambiar el número de su celular para quitarse de encima a las mujeres.
El día 11 de junio, viernes para ser más exactos, la familia de Rubén recibió una llamada: “Vayan a la clínica Rodríguez Méndez, en Petare; la niña está muy mal”, les dijeron. Claro que Yoselín estaba muy mal; parece que tenía sacada de cuajo la uña de su dedo pulgar derecho. Ah, y también tenía hematomas en el rostro y en el cuerpo. Y una marca circular en sus nalgas, señal de que había sido obligada a sentarse durante un tiempo prolongado en una superficie cortante (después se supo que había sido una lata de leche). Y quemaduras en los brazos. Y un trozo de su bracito izquierdo desprendido de un mordisco. Y un mordisco más en el mentón, el cual casi se le desprende también por completo. Y úlceras y laceraciones en el intestino grueso, huellas claras de que la niña había sido purgada sin control. ¿Vale la pena agregar que Yoselín estaba muerta?
Interrogados al respecto por el personal médico, La Hembra respondió con un ingenio sin igual: la niña se había caído de la cama. Un telefonazo urgente a la policía, y ella desapareció de la escena; Rodrigo pudo ser neutralizado a tiempo y capturado por las autoridades.
Rodrigo llevó a la policía a la barraca que ocupaba con su mujer y allí la encontraron a ella, madre como sólo hay una. Ella está detenida en la Central de la PTJ, y acá es cuando acaba de retorcerse la historia, si hemos de creer en lo que se dice en los pasillos: hace unos días nadie encontraba la boleta de encarcelación y cuentan que La Hembra desplaza su sabrosura en los calabozos (ya libres de hacinamiento), protegida por un familiar del Rodrigo que casualmente, chico, trabaja en la Judicial. A Rubén, preso en La Planta, le concedieron un permiso para asistir al velatorio de su hija; pudo verla unos minutos, pero esposado y custodiado.
La historia continúa. El epílogo (en manos del juzgado IV de Apelación) está por verse.
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El Mundo, septiembre de 1999. Mismo título.

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