mayo 02, 2006

Masacre a la carta

A todo el mundo le gusta ser invitado a tomarse unos tragos, a celebrar, a charlar, a compartir con el dirigente político de su preferencia. Sobre todo si el lugar de reunión es un sitio de clase, de prestigio. Carlos Eduardo Garí Altuve, un caballero de 53 años que por esas cosas de la vida está convencido de que la solución para este país se llama Claudio Fermín —a cualquiera le pasa, cómo se hace— acudió a un conocido restaurant de Las Mercedes que no podemos mencionar —porque le tenemos mucho miedo a las represalias, como ustedes saben— con el fin de participar en una reunión de apoyo a su líder. Pueden imaginarse lo sabroso que terminó poniéndose todo a golpe de 11 de la noche, sobre todo cuando el candidato comenzó a despedirse de sus simpatizantes, queridos compañeros, gracias por su apoyo y dénle durísimo, ahí los dejo en la grata compañía de esas siete cajas de Etiqueta Negra, ¿y de qué otro color iba a ser la etiqueta? La propaganda subliminal también funciona.
Cerca de la medianoche, pues, Carlos Eduardo Garí quedó con un grupo de amigos, entre ellos tres hermanazos del alma llamados Jesús Ríos, Luis Beltrán Lara y John Rodríguez —los dos primeros son altos dirigentes del sindicato Sunep-Hacienda—, su hijo Carlos Manuel y un grupo de caballeros más. Tipo 12 y media, cuando los presentes se cansaron de contar chistes a costillas de la pobre alcaldesa de Chacao, Carlos Eduardo le pidió a su hijo que le buscara unas tarjetas personales en la camioneta, para repartirlas entre algunos recién conocidos. El muchacho se dirigió a la camioneta de su padre y sacó varias tarjetas de presentación. Mejor dicho, intentó sacarlas, porque apenas medio abrió la puerta ya tenía a un sujeto encima, metiéndole unos ganchos de izquierda de esos que duelen al respirar. El muchacho identificó al sujeto, que era el encargado de vigilar los autos de los clientes, y trató de explicarle que esa era la camioneta de su papá. Pero nada, el parquero ya le había cogido el gustico a la práctica de boxeo y toma, perro, al joven por ese buche.
Los mesoneros y otros empleados del restaurant —que no nos atrevemos a nombrar, qué broma con este miedo, esta falta de riñones—, a falta de otra cosa más importante qué hacer, decidieron ponerle sabor a sus vidas y lo mejor que se les ocurrió al respecto fue unirse al parquero; entonces aquello se llenó de tipos empeñados en jugar fútbol utilizando como balón el cuerpo del muchacho. Este, en su angustia, pensó que la salvación estaba dentro del restaurant, y ahí sí es verdad que se empasteló la harina, pues cuando el papá del joven quiso intervenir para quitarle a aquellos engendros de encima entonces el batallón de vigilantes y mesoneros entromparon contra él y le dieron hasta en el apellido. Quince minutos después, padre e hijo eran una especie de mondongo sangriento que resbalaba por el piso, tratando de explicarle a los demás que ellos eran personas decentes y que, aún si no lo fueran, la cosa no era para tanto. ¿Y los amigos de Carlos Eduardo Garí, los valientes sindicalistas, compadres del alma? Chévere, el carrerón que pegaron marcó récord y todo, por esa avenida Río de Janeiro de mis tormentos.
En Caracas hay donde se come y se bebe, quizá no tan sabroso, pero donde nadie le va a arruinar la cena como se la arruinaron a los Garí en el restaurant La Confiture aquella madrugada. ¡Ay Cristo!, ya se me salió el nombre. Lo siento, lo siento, les ruego que me disculpen. De verdad, lo lamento mucho.

Marcas de guerra

Carlos Eduardo Garí encontró fuerzas e ingenio en medio de su desgracia para sacar el celular y marcar el 911. En 15 minutos estaba allí una patrulla de la Policía de Baruta; eficientes muchachos. Garí les explicó que aquellos tipos acababan de masacrarlos sin piedad y les exigió que los detuviera, él iba a presentar una denuncia formal. Los policías le informaron: caballero, nosotros estamos aquí como árbitros, como mediadores, no podemos meter preso a nadie. Ante la blanda actitud de los funcionarios, Garí se contentó con tomar nota de sus nombres. Se llaman Norman Sánchez y Rubén Morillo. Conócelos, pueblo, esos son tus defensores.
Destruidos, botando más sangre que una película de Chuck Norris y humillados por mesoneros y policías por igual, Garí padre e hijo se dirigieron a la PTJ de Santa Mónica, cerca de donde viven. Allí les dijeron que no les correspondía procesar esa denuncia, pero que podían dirigirse a la PTJ de Chacao. A todas estas eran cerca de las 2 de la madrugada y ponerse a dar vueltas en aquellas condiciones no era muy recomendable, así que los heridos se dirigeron a su casa para descansar, hacer un recuento de los daños y prepararse para salir temprano a denunciar a los bravucones de La Confiture —otra vez el nombre, es que a veces no puedo evitarlo—.
Frente al espejo, Carlos Eduardo Garí pudo constatar con alivio que el dolorcito del pecho era una simple fractura de clavícula; el hueso le sobresalía unos centímetros por encima de su nivel normal. Menos mal, no era ningún conato de infarto como él creía. También tenía el brazo izquierdo inmóvil, un boquete considerable en el párpado derecho y contusiones por todo el cuerpo. En cuanto a su hijo, debido a su juventud sufrió menos desperfectos en la carrocería, pero por el resto de sus días le quedará un horrible trauma: además de darle golpes de todo calibre, uno de aquellos sujetos lo mordió en el pecho. ¿Cómo va a explicarle Carlos Manuel a su pareja, cuando estén en la intimidad, que aquella marca pertenece a la dentadura de un hombre? Algo espantoso, abominable.

Los intocables

En la mañana fueron a la PTJ de Chacao, donde tomaron nota de su testimonio y los enviaron a la Medicatura Forense. Luego de los exámenes se determinó que Carlos Eduardo presentaba, además de la luxación de la clavícula, lesiones en la columna, en la rodilla, en el antebrazo izquierdo; con todo, y que debía ser operado, cosa que ocurrió cinco días más tarde. En cuanto a las diligencias del día 4, en Chacao les sugirieron que fueran a la Policía de Baruta y así lo hicieron, en compañía de sus abogados Víctor Garí y Nicolás Gallo. Allí los atendió el comisario Enrique Aranguren, quien les aseguró que lo procedente era dirigirse al módulo de Poli Baruta que queda en Las Mercedes, a media cuadra del restaurant La Confiture. Fueron hasta allá y un inspector-jefe les aseguró que enseguida iban a mandar dos patrullas para capturar a los bandidos. Pero un momento: una llamada del inspector Kemy López obligó a esperar un momento, él tenía algo que decirles a los denunciantes.
Lo que Kemy López les dijo fue, en pocas palabras, que la policía estaba muy ocupada con los choros y los buhoneros y que ultimadamente, chico, esa denuncia no va a llegar a nada porque esa gente de los restaurantes conoce a mucha gente poderosa y nosotros no queremos problemas. Linda frase. Así que los Garí siguieron escalando la cuesta de las jerarquías y en su empeño fueron a parar a la Policía de Miranda, en el coliseo de La Urbina. Allí comisionaron a dos agentes y fueron a buscar a los agresores. Llegaron al restaurant, Carlos Manuel identificó al parquero y los agentes procedieron a detenerlo. Entonces desde dentro del restaurant surgió un terremoto de gente que intentaba impedir la acción de los policías. Una mujer que se identificó como dueña del local les dijo a los policías que cuidadito con llevarse a su parquero, yo soy muy amiga de Lazo Ricardi y Hermes Rojas Peralta, mijito. Además, el señor se cayó, dijo, refiriéndose a Carlos Eduardo Garí. Como esta es una página interactiva, vamos a pedirle a los lectores su intervención. ¿Qué respuesta le daría a la señora?:
a) Sí, el hombre se cayó, pero dentro de una licuadora.
b) ¿No se va a caer, con esa diabla que le estaban dando el parquero y los mesoneros?
c) Se cayó desde un décimo piso.
d) Cayó por inocente.
Ante la insistencia de los abogados de Garí, y a pesar de las presiones e insultos, el sujeto fue llevado detenido al coliseo de La Urbina. Gran triunfo del bien y la justicia. Eran las 4 de la tarde del día 4 de diciembre.
A las 11:30, Carlos Manuel recibió una llamada, la llamada más rara del mundo: un detective llamado Alirio Natera, de Poli Miranda, le pidió que fuera hasta el coliseo para terminar el procedimiento de la tarde. “Deme su dirección para irlo a buscar”, le dijo, pero Carlos Manuel prefirió llamar a los abogados e ir con ellos para ver de qué se trataba. Cuando llegaron los hicieron pasar, no por la entrada principal sino por el estacionamiento. En medio de una oscuridad espantosa les dieron un notición: al parquero de La Confiture lo habían soltado por órdenes del director de la Policía de Miranda, comisario Hermes Rojas Peralta. “Pero ven, móntate en la patrulla para que identifiques a los otros”, insistían los agentes, con un tonito de misterio que llevó a los Garí a huir del lugar y a acudir a otras instancias.La denuncia de los Garí no aparece en el libro de novedades de la policía de Baruta, lo cual ya es una —otra— irregularidad de marca mayor. La Fiscal 58 los remitió a la Fiscal asignada a Chacao. Esta los remitió a Poli Baruta, otra vez. Allí, el director de Operaciones, Oswaldo García, les hizo un comentario entre franco y desencantado: “Los dueños de restaurantes de Las Mercedes tienen más poder que nadie.
Ha habido policías lesionados, tiroteados, destituidos y presos por meterse con algunos hijitos de papá en esa zona”. Se entiende: yo te brindo el almuerzo y los tragos y tú me proteges. Nos importa un pepino si esto funciona exactemente así, pero de momento parece que Hermes Rojas Peralta, director de la Policía de Miranda, tiene algo que explicarle a sus funcionarios y a la familia Garí.
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Publicada el 21/12/97 con el título A falta de policías buenos son los mesoneros.
Un día después de la publicación de esta crónica, el inspector Kemy López acudió a la redacción de El Nacional para aclarar, haciendo uso de su derecho a réplica, que el proceder de Polibaruta fue el correcto en todo momento, pues la función de las policías municipales es la vigilancia y prevención, no la investigación de hechos punibles. Indicó López que, de haber arrestado a las personas acusadas por Garí, habría usurpado funciones que le corresponden al Cuerpo Técnico de Policía Judicial.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡No joda, no puedo creer que no tenga comentarios! Ésta es de las mejores crónicas de este men.
Duro ahí, ¡mi partner!