Ahora le tocó a San Antonio de El Valle, a la familia Sequera; específicamente, al chamo Douglas (20 años, comerciante). La zona en que vive esa familia está cruzada de escaleras y callejones, pero todavía uno puede entrar a las seis de la tarde con algo de confianza en que no le van a robar las medias sin quitarle los zapatos. Por lo tanto, no es, ni con mucho, la zona más peligrosa de El Valle, aunque tampoco es el lobby del hotel Eurobuilding; allí uno no va a toparse nunca con el antropófago de Detroit, pero tampoco con Patricia Velásquez.
Dicen en el sector que rara vez acuden los cuerpos policiales a realizar redadas -al menos no en la parte alta, en los callejones-, y cuando se produce uno de estos operativos, quien lo realiza es la Guardia Nacional. Así que los habitantes del lugar no guardaban, hasta febrero pasado, ningún recuerdo particularmente amargo de las policías y sus a veces brutales mecanismos. Pero hay cada tipo. Gente, por ejemplo, que se creyó el cuento de que el miedo es un buen arma de sobrevivencia. Que está segurísima de la culpabilidad inherente a todo mogote que se deje ver por los lados de las barriadas de Caracas. Provoca dejar esta nota hasta aquí, diablos. Ya ustedes saben qué fue lo que ocurrió, ya saben cómo pasaron las cosas, en qué terminó el capítulo de hoy y cómo terminarán en el futuro sus protagonistas. Pero sigamos adelante; total, estamos casi en Semana Santa, usted no tiene por qué salir mañana a la calle. Y, en caso de que a usted le diviertan estas cuestiones (lo cual es casi seguro, por que si ése no fuera el caso, no estuviera usted leyendo este párrafo tan largo), adelantémosle que hay al menos tres ingredientes inéditos, insólitos hasta la ridiculez, que salvan a este caso de ser una copia idéntica de los anteriores.
La búsqueda
Douglas Sequera salió de su casa el viernes 6 de febrero, a eso de las 8:00 de la noche. Sus planes eran ir a buscar una película en casa de su tía para ir a verla en casa de otro familiar (quien, por cierto, es sargento de la Metropolitana), unas cuadras más arriba, en el mismo barrio. Al menos, ésa fue la explicación que dio el muchacho al salir. Sólo que, justo una hora después de haber salido, un grupo de gente fue a la casa de los Sequera para avisarle a su madre y hermanos que Douglas estaba detenido, en poder de la Brigada Motorizada. La familia, que no recibió el anuncio con mayor alarma, envió en funciones de emisario a la hermana de Douglas, de nombre Yerenaida, al módulo de la PM en San Antonio, donde no encontró a nadie, ni detenidos ni policías. Pausa necesaria para tomar aire y continuar enseguida.
La joven se dirigió entonces a la Jefatura de El Valle, donde le dijeron que no había allí ningún Douglas Sequera detenido; vete a la comisaría de Cerro Grande, mamita, y me saludas a mi amigo por allá, si me lo ves me lo besas. Yerenaida fue hasta Cerro Grande, lista para encontrar de una vez por todas a su hermano, pero ahí la recibieron con una mala noticia: aquí estamos recibiendo sólo menores de edad, este Douglas no puede estar aquí, no lo conozco, no me suena. Nuevo intento, esta vez en el comando de la Guardia Nacional ubicado en el puente de Coche: nada, mi amor, hoy no hemos hecho redadas y, por lo tanto, no tenemos al susodicho elemento en nuestros predios. Regreso veloz de Yerenaida a casa, telefonazo nervioso a la Comandancia General de la PM en Cotiza, donde la atendieron con la cordialidad que ustedes pueden imaginarse en un policía a las diez y media de la noche. Cero informaciones por teléfono, señora, venga y averigüe usted en persona.
Al día siguiente, a las siete de la mañana, Yerenaida se hizo acompañar por otra hermana y partió hacia Cotiza, a continuar con la búsqueda. Un policía les hizo el favor de revisar en una lista pero nanai, muchachas, ese hermano de ustedes no está aquí. Vuelta a la patria, por los lados de El Valle, en cuya Jefatura tornaron a darle la respuesta: cero Douglas, mija, no sabemos quién es el joven. El recorrido continuó por la Comisaría de El Valle, donde por lo menos las recibieron con grandes manifestaciones de buen humor. Ah, tú eres hermana de la joyita esa, qué jamón, qué cosa más chévere, ¿cómo te llamas tú? Bueno, Yerenaida, para mí es muy duro decirte esto, pero tu hermano se tragó 34 piedras de crack y se murió de un paro cardíaco. ¿Qué tal? ¿Ya viste Titanic? Buena película. ¿Qué vas a hacer esta noche?
Súbete a mi moto
El vacilón burocrático no fue menos amargo que el vacilón efectivo de aquellos agentes, cuyos chistes sonaban tan melodiosos como una serenata de perros en los pasillos de un convento. Luego de mil instrucciones para que las chicas fueran a declarar y a revisar el expediente en la Comisaría de El Valle -donde por dos veces habían negado haber visto al muchacho-, les informaron que el cuerpo de Douglas estaba en la morgue de Bello Monte. Hasta allá fue a parar el padre del joven, para retirarlo.
Pero, un momento, honorables damas y caballeros. En el informe que daba cuenta del deceso del muchacho podía leerse que la causa de la muerte había sido un paro cardíaco, sin mayores explicaciones. Sin embargo, el padre de Douglas pudo ver, cuando le entregaron el cuerpo, que tenía varias contusiones en el rostro, y un par de agujeros de unos seis centímetros a ambos lados del tórax. Además, el joven había llegado allí sin ropa, ni prendas, ni dinero. Con la cantidad de dudas y temores que estos detalles les provocaron, los Sequera acudieron al hospital Vargas, desde donde se supone que había sido trasladado el cadáver de Douglas la noche anterior.
En el Vargas, los cuadernos en los que se registra la entrada de pacientes indicaban que Douglas Sequera había ingresado allí a las 10:00 de la noche; el informe de la policía afirma que fue reportado a la PTJ de Cerro Grande a las 10:30 (¿lo reportan a la PTJ cuando tenía media hora de muerto? Sí, cómo no). Un médico, de nombre Emilio Fumero, les aseguró que unos policías metropolitanos lo habían llevado hasta allá, y que, cuando él lo atendió, ya Douglas estaba muerto. Uno de los funcionarios que llevó al joven hasta allá responde al nombre de Eugenio Mujica, y la patrulla que lo trasladó es la número 10204.
Una semana después de los hechos, un joven vecino de los Sequera declaró en la PTJ que él estuvo detenido junto con Douglas y otro hombre en un módulo abandonado de la PM. Unos policías motorizados los abordaron en la calle, les colocaron sendas capuchas, los interrogaron y golpearon un rato; al declarante y al segundo sujeto los dejaron libres, pero a Douglas lo dejaron detenido, por alguna razón que se desconoce. Este testigo dice que los policías se quedaron con su carnet de trabajo, por lo cual teme una represalia de las gruesas. Por su parte, la familia Sequera Altuve dice haber recibido amenazas telefónicas por parte de alguien a quien le caen muy mal las gestiones realizadas por esta gente hasta ahora. Y peor le van a caer las que faltan: el caso pasó a manos de la Comisión de Política Interior de Diputados y está en averiguación por parte de la Fiscalía, gracias, entre otras cosas, al orden que le ha proporcionado al asunto la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz.
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En El Nacional, 05/04/1998.
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