mayo 18, 2006

Deténgase, desaparezca, muera

Ahora le tocó a San Antonio de El Valle, a la familia Sequera; específicamente, al chamo Douglas (20 años, comerciante). La zona en que vive esa familia está cruzada de escaleras y callejones, pero todavía uno puede entrar a las seis de la tarde con algo de confianza en que no le van a robar las medias sin quitarle los zapatos. Por lo tanto, no es, ni con mucho, la zona más peligrosa de El Valle, aunque tampoco es el lobby del hotel Eurobuilding; allí uno no va a toparse nunca con el antropófago de Detroit, pero tampoco con Patricia Velásquez.
Dicen en el sector que rara vez acuden los cuerpos policiales a realizar redadas -al menos no en la parte alta, en los callejones-, y cuando se produce uno de estos operativos, quien lo realiza es la Guardia Nacional. Así que los habitantes del lugar no guardaban, hasta febrero pasado, ningún recuerdo particularmente amargo de las policías y sus a veces brutales mecanismos. Pero hay cada tipo. Gente, por ejemplo, que se creyó el cuento de que el miedo es un buen arma de sobrevivencia. Que está segurísima de la culpabilidad inherente a todo mogote que se deje ver por los lados de las barriadas de Caracas. Provoca dejar esta nota hasta aquí, diablos. Ya ustedes saben qué fue lo que ocurrió, ya saben cómo pasaron las cosas, en qué terminó el capítulo de hoy y cómo terminarán en el futuro sus protagonistas. Pero sigamos adelante; total, estamos casi en Semana Santa, usted no tiene por qué salir mañana a la calle. Y, en caso de que a usted le diviertan estas cuestiones (lo cual es casi seguro, por que si ése no fuera el caso, no estuviera usted leyendo este párrafo tan largo), adelantémosle que hay al menos tres ingredientes inéditos, insólitos hasta la ridiculez, que salvan a este caso de ser una copia idéntica de los anteriores.

La búsqueda

Douglas Sequera salió de su casa el viernes 6 de febrero, a eso de las 8:00 de la noche. Sus planes eran ir a buscar una película en casa de su tía para ir a verla en casa de otro familiar (quien, por cierto, es sargento de la Metropolitana), unas cuadras más arriba, en el mismo barrio. Al menos, ésa fue la explicación que dio el muchacho al salir. Sólo que, justo una hora después de haber salido, un grupo de gente fue a la casa de los Sequera para avisarle a su madre y hermanos que Douglas estaba detenido, en poder de la Brigada Motorizada. La familia, que no recibió el anuncio con mayor alarma, envió en funciones de emisario a la hermana de Douglas, de nombre Yerenaida, al módulo de la PM en San Antonio, donde no encontró a nadie, ni detenidos ni policías. Pausa necesaria para tomar aire y continuar enseguida.
La joven se dirigió entonces a la Jefatura de El Valle, donde le dijeron que no había allí ningún Douglas Sequera detenido; vete a la comisaría de Cerro Grande, mamita, y me saludas a mi amigo por allá, si me lo ves me lo besas. Yerenaida fue hasta Cerro Grande, lista para encontrar de una vez por todas a su hermano, pero ahí la recibieron con una mala noticia: aquí estamos recibiendo sólo menores de edad, este Douglas no puede estar aquí, no lo conozco, no me suena. Nuevo intento, esta vez en el comando de la Guardia Nacional ubicado en el puente de Coche: nada, mi amor, hoy no hemos hecho redadas y, por lo tanto, no tenemos al susodicho elemento en nuestros predios. Regreso veloz de Yerenaida a casa, telefonazo nervioso a la Comandancia General de la PM en Cotiza, donde la atendieron con la cordialidad que ustedes pueden imaginarse en un policía a las diez y media de la noche. Cero informaciones por teléfono, señora, venga y averigüe usted en persona.
Al día siguiente, a las siete de la mañana, Yerenaida se hizo acompañar por otra hermana y partió hacia Cotiza, a continuar con la búsqueda. Un policía les hizo el favor de revisar en una lista pero nanai, muchachas, ese hermano de ustedes no está aquí. Vuelta a la patria, por los lados de El Valle, en cuya Jefatura tornaron a darle la respuesta: cero Douglas, mija, no sabemos quién es el joven. El recorrido continuó por la Comisaría de El Valle, donde por lo menos las recibieron con grandes manifestaciones de buen humor. Ah, tú eres hermana de la joyita esa, qué jamón, qué cosa más chévere, ¿cómo te llamas tú? Bueno, Yerenaida, para mí es muy duro decirte esto, pero tu hermano se tragó 34 piedras de crack y se murió de un paro cardíaco. ¿Qué tal? ¿Ya viste Titanic? Buena película. ¿Qué vas a hacer esta noche?

Súbete a mi moto

El vacilón burocrático no fue menos amargo que el vacilón efectivo de aquellos agentes, cuyos chistes sonaban tan melodiosos como una serenata de perros en los pasillos de un convento. Luego de mil instrucciones para que las chicas fueran a declarar y a revisar el expediente en la Comisaría de El Valle -donde por dos veces habían negado haber visto al muchacho-, les informaron que el cuerpo de Douglas estaba en la morgue de Bello Monte. Hasta allá fue a parar el padre del joven, para retirarlo.
Pero, un momento, honorables damas y caballeros. En el informe que daba cuenta del deceso del muchacho podía leerse que la causa de la muerte había sido un paro cardíaco, sin mayores explicaciones. Sin embargo, el padre de Douglas pudo ver, cuando le entregaron el cuerpo, que tenía varias contusiones en el rostro, y un par de agujeros de unos seis centímetros a ambos lados del tórax. Además, el joven había llegado allí sin ropa, ni prendas, ni dinero. Con la cantidad de dudas y temores que estos detalles les provocaron, los Sequera acudieron al hospital Vargas, desde donde se supone que había sido trasladado el cadáver de Douglas la noche anterior.
En el Vargas, los cuadernos en los que se registra la entrada de pacientes indicaban que Douglas Sequera había ingresado allí a las 10:00 de la noche; el informe de la policía afirma que fue reportado a la PTJ de Cerro Grande a las 10:30 (¿lo reportan a la PTJ cuando tenía media hora de muerto? Sí, cómo no). Un médico, de nombre Emilio Fumero, les aseguró que unos policías metropolitanos lo habían llevado hasta allá, y que, cuando él lo atendió, ya Douglas estaba muerto. Uno de los funcionarios que llevó al joven hasta allá responde al nombre de Eugenio Mujica, y la patrulla que lo trasladó es la número 10204.
Una semana después de los hechos, un joven vecino de los Sequera declaró en la PTJ que él estuvo detenido junto con Douglas y otro hombre en un módulo abandonado de la PM. Unos policías motorizados los abordaron en la calle, les colocaron sendas capuchas, los interrogaron y golpearon un rato; al declarante y al segundo sujeto los dejaron libres, pero a Douglas lo dejaron detenido, por alguna razón que se desconoce. Este testigo dice que los policías se quedaron con su carnet de trabajo, por lo cual teme una represalia de las gruesas. Por su parte, la familia Sequera Altuve dice haber recibido amenazas telefónicas por parte de alguien a quien le caen muy mal las gestiones realizadas por esta gente hasta ahora. Y peor le van a caer las que faltan: el caso pasó a manos de la Comisión de Política Interior de Diputados y está en averiguación por parte de la Fiscalía, gracias, entre otras cosas, al orden que le ha proporcionado al asunto la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz.

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En El Nacional, 05/04/1998.

mayo 15, 2006

De Medicina a la morgue con récipe policial

Los amigos de Roger Gonzalo Padrón (29 años) lo describen como un muchacho silencioso y taciturno. Tenía varias razones para poseer ése y no otro temperamento: era de San Cristóbal, y ya se sabe que los andinos son por naturaleza retraídos (o por lo menos eso dice uno, hasta que se tropieza con la biografía de Juan Vicente Gómez y entonces el mito queda derrumbado y roto en ese piso). Además, había decidido instalarse en la señorial Valencia, ciudad industrial, ciudad grande, ciudad llena de ajetreos, inficiones y magallaneros. Repasen la escena: Roger, silencioso; Valencia, grande y ruidosa. Y aquella mamazón, mi hermano.

Sin embargo, el joven no se fue a la capital de Carabobo vacío de ideas ni en plan aventurero: si decidió establecerse allí, fue porque había una posibilidad de ingresar a la escuela de Medicina de la Universidad de Carabobo, oportunidad a la cual el muchacho atrapó por el cuello y no soltó jamás hasta ver concretada su aspiración inicial, que no era otra sino comenzar a estudiar esa carrera que, exigente y todo, era la que le gustaba. Así que se entregó al estudio, con el mayor entusiasmo, y aprobó el primer año de la carrera mientras, como todo hombre humilde que ha entendido que la vida es un asunto de piedras y subidas, antes que de flores y cosquillitas, se rebuscaba por allí en trabajos eventuales, hasta que consiguió un chance nada despreciable como vigilante en un night club llamado ``Dimensión''. Entre tanto, ocupó una habitación discreta y económica, como todo estudiante que está fuera de su ciudad natal, pero demasiado cara teniendo en cuenta su situación económica.

De manera que allí lo tenemos, estudiando Medicina, viendo en la universidad y en el night club más mujeres hermosas que en toda su santa vida (no hay comparación: las andinas tienen unos hermosos cachetes sonrosados, pero hasta ahí, socio, hasta ahí; nada que le plantee seria competencia a las valencianas), lleno de aspiraciones, y tan silencioso como siempre. Y aquella mamazón, mi hermano.

Al comenzar el pasado año lectivo, el segundo de su carrera, Roger dio con un empleo más estable (de vigilante en la empresa Servinca), que le proporcionaba varias ventajas fundamentales. Primero, una entrada extra de dinero; segundo, el régimen le permitía seguir estudiando y continuar su trabajo en el night club; tercero, de entrada fue asignado a una compañía llamada Primaflex, para cuidar durante las noches su sede -ubicada en la zona Industrial de San Diego, al sur de Valencia-, de modo que ya no tenía que pagar la residencia: al cabo de pocas semanas, el dueño del negocio le permitió llevarse al sitio una neverita, y asunto resuelto. Permanecer allí en las noches, y en la mañana irse a la universidad, y de paso ahorrarse la plata del alojamiento: no suena mal el negocio. Fin de aquella mamazón, mi hermano.

Pero siempre hay gente dispuesta a acabar con los mejores proyectos de vida, con las más humanas ambiciones. Por muy terrestres y humildes que éstas sean.

Desaparecer, aparecer

El día martes 10 de febrero, los diarios de Valencia dieron cuenta de una noticia de ésas a las que ya se están acostumbrando los carabobeños: un hombre no identificado había sido muerto a tiros en un enfrentamiento con la policía del estado Carabobo, al ser sorprendido mientras intentaba entrar en una empresa de productos químicos en San Diego. Sí, ya lo sabemos: ese supuesto delincuente muerto no era otro que Roger Gonzalo Padrón, pero sus familiares debieron hacer malabares y padecer un par de vejaciones de las gruesas antes de dar con su paradero.

Thaís Padrón, una hermana de Roger, cuenta que el domingo 8 de febrero el joven fue a trabajar, como de costumbre, en la noche. A las 12 en punto, el supervisor de la compañía de vigilancia pasó por allí para el control de rutina, conversó con Roger y se marchó. Luego, el lunes 9, un empleado de Primaflex llegó a la compañía a las 5 de la mañana y no encontró quien le abriera; ya Roger no estaba. El empleado llamó a la compañía Servinca, para reportar la novedad, y tras una breve inspección se descubrió que dentro de la sede de Primaflex estaban todos los bienes del muchacho -su cartera, su dinero, unas llaves, el uniforme de vigilante y el revólver de reglamento-, pero no las llaves de la empresa.

Para reflexionar: Roger Padrón desapareció, se llevó las llaves del lugar donde trabajaba, y la compañía de vigilancia no formuló denuncia alguna ante los cuerpos policiales, ni reportó el abandono del trabajo ni la ausencia del muchacho. Simplemente, aceptaron como natural el hecho de que el joven se hubiera ido. Quizá la nevera que dejó les pareció una buena garantía.

Tras varios días de búsqueda, los familiares de Roger decidieron acudir al último lugar donde hubieran querido encontrarlo, la morgue. El 25 de febrero, luego de mucho negar que el cuerpo del muchacho estuviera en ese lugar, la PTJ cita a los familiares para que reconozcan un cuerpo que coincide lejanamente con la descripción que ellos habían dejado. Pero antes les habían mostrado otro cuerpo, el de un muchacho hallado en unas bolsas de basura en una autopista. Nunca les habían mostrado ni dado noticias de aquel muchacho que presentaba dos heridas de bala, y que, en efecto, resultó ser el estudiante-vigilante.

-Bueno, ¿y desde cuándo lo tienen aquí?

-Desde el 9 de febrero.

-Pero él estaba reportado como desaparecido desde el 13. ¿Por qué no nos habían avisado?

-¿Qué? ¿Ah? Eh... Espérese un momento. ­Federico! ¿A qué hora vas a bajar a comprar el café?

Por dónde empezamos

El cuadro ya lo completaron ustedes mentalmente. Ya sabemos de la acuciocidad de nuestros lectores. El joven Padrón no tenía antecedentes ni entradas policiales, lo cual por sí solo comienza a desbaratar la historia de su intento de robar una compañía muy cerca de su más reciente trabajo, y también lo del enfrentamiento con la policía. Hay otras evidencias que obligan a -por lo menos- sospechar de esta especie: el informe del médico forense indica que el cuerpo de Roger presentó dos disparos. Uno de ellos lo alcanzó en el antebrazo derecho, lo cual lo habría dejarlo incapacitado para disparar, en caso de que estuviera armado. El segundo disparo, el mortal, lo alcanzó en el pecho.

Y un detalle circunstancial, pero imposible de apartar a un lado. El lugar donde fue abaleado el estudiante queda a unos 300 metros de un módulo de Coman-poli, la policía municipal, un cuerpo que, como parece ser natural que ocurra en estos días, ejerce tales niveles de autonomía que tiene conflictos de jurisdicción con la policía del estado, y se ha enfrentado por esta causa con el propio gobernador regional. Extraña, por lo tanto, que una comisión de la policía estadal haya penetrado en sus territorios y dado muerte a un ciudadano aplicado a la tarea de entrar donde no le convenía.

¿Lo decimos en nuestro idioma, para entendernos? Bueno: qué casualidad, mi hermano. Yo nunca me meto en la casa de Pedro, y Juan tampoco, porque es su enemigo. Ah, pero el 9 de febrero a mí se me ocurre entrar en la casa de Pedro y justo ese día Juan decide hacer lo mismo. Fin de mundo. Tantas casualidades y tantos olvidos oficiales, en tan poco tiempo, son como para inquietarse un poco.

En lo que respecta a la investigación y la polvareda que se avecina en la cordial Valencia, Thaís Padrón, hermana de Roger, acaba de introducir en la Fiscalía la respectiva solicitud de averiguación de nudo hecho. Antes de eso, estuvo investigando en la compañía donde su hermano cumplía sus guardias, y según su testimonio, al hablar con el dueño del negocio, éste tartamudeó que era una maravilla, antes de proporcionar unos detalles más contradictorios que las preferencias sexuales de Michael Jackson: que Roger se llevó las llaves de la compañía, pero no se las llevó; que las cosas de Roger las encontraron regadas en el piso el día de su desaparición. También fue Thaís a la Escuela de Medicina de la UC, donde se topó con alguien que le confesó haber visto a su hermano el día 13 de febrero. Demasiadas vertientes por donde comenzar a llegarle a la verdad, nos parece.

mayo 02, 2006

Masacre a la carta

A todo el mundo le gusta ser invitado a tomarse unos tragos, a celebrar, a charlar, a compartir con el dirigente político de su preferencia. Sobre todo si el lugar de reunión es un sitio de clase, de prestigio. Carlos Eduardo Garí Altuve, un caballero de 53 años que por esas cosas de la vida está convencido de que la solución para este país se llama Claudio Fermín —a cualquiera le pasa, cómo se hace— acudió a un conocido restaurant de Las Mercedes que no podemos mencionar —porque le tenemos mucho miedo a las represalias, como ustedes saben— con el fin de participar en una reunión de apoyo a su líder. Pueden imaginarse lo sabroso que terminó poniéndose todo a golpe de 11 de la noche, sobre todo cuando el candidato comenzó a despedirse de sus simpatizantes, queridos compañeros, gracias por su apoyo y dénle durísimo, ahí los dejo en la grata compañía de esas siete cajas de Etiqueta Negra, ¿y de qué otro color iba a ser la etiqueta? La propaganda subliminal también funciona.
Cerca de la medianoche, pues, Carlos Eduardo Garí quedó con un grupo de amigos, entre ellos tres hermanazos del alma llamados Jesús Ríos, Luis Beltrán Lara y John Rodríguez —los dos primeros son altos dirigentes del sindicato Sunep-Hacienda—, su hijo Carlos Manuel y un grupo de caballeros más. Tipo 12 y media, cuando los presentes se cansaron de contar chistes a costillas de la pobre alcaldesa de Chacao, Carlos Eduardo le pidió a su hijo que le buscara unas tarjetas personales en la camioneta, para repartirlas entre algunos recién conocidos. El muchacho se dirigió a la camioneta de su padre y sacó varias tarjetas de presentación. Mejor dicho, intentó sacarlas, porque apenas medio abrió la puerta ya tenía a un sujeto encima, metiéndole unos ganchos de izquierda de esos que duelen al respirar. El muchacho identificó al sujeto, que era el encargado de vigilar los autos de los clientes, y trató de explicarle que esa era la camioneta de su papá. Pero nada, el parquero ya le había cogido el gustico a la práctica de boxeo y toma, perro, al joven por ese buche.
Los mesoneros y otros empleados del restaurant —que no nos atrevemos a nombrar, qué broma con este miedo, esta falta de riñones—, a falta de otra cosa más importante qué hacer, decidieron ponerle sabor a sus vidas y lo mejor que se les ocurrió al respecto fue unirse al parquero; entonces aquello se llenó de tipos empeñados en jugar fútbol utilizando como balón el cuerpo del muchacho. Este, en su angustia, pensó que la salvación estaba dentro del restaurant, y ahí sí es verdad que se empasteló la harina, pues cuando el papá del joven quiso intervenir para quitarle a aquellos engendros de encima entonces el batallón de vigilantes y mesoneros entromparon contra él y le dieron hasta en el apellido. Quince minutos después, padre e hijo eran una especie de mondongo sangriento que resbalaba por el piso, tratando de explicarle a los demás que ellos eran personas decentes y que, aún si no lo fueran, la cosa no era para tanto. ¿Y los amigos de Carlos Eduardo Garí, los valientes sindicalistas, compadres del alma? Chévere, el carrerón que pegaron marcó récord y todo, por esa avenida Río de Janeiro de mis tormentos.
En Caracas hay donde se come y se bebe, quizá no tan sabroso, pero donde nadie le va a arruinar la cena como se la arruinaron a los Garí en el restaurant La Confiture aquella madrugada. ¡Ay Cristo!, ya se me salió el nombre. Lo siento, lo siento, les ruego que me disculpen. De verdad, lo lamento mucho.

Marcas de guerra

Carlos Eduardo Garí encontró fuerzas e ingenio en medio de su desgracia para sacar el celular y marcar el 911. En 15 minutos estaba allí una patrulla de la Policía de Baruta; eficientes muchachos. Garí les explicó que aquellos tipos acababan de masacrarlos sin piedad y les exigió que los detuviera, él iba a presentar una denuncia formal. Los policías le informaron: caballero, nosotros estamos aquí como árbitros, como mediadores, no podemos meter preso a nadie. Ante la blanda actitud de los funcionarios, Garí se contentó con tomar nota de sus nombres. Se llaman Norman Sánchez y Rubén Morillo. Conócelos, pueblo, esos son tus defensores.
Destruidos, botando más sangre que una película de Chuck Norris y humillados por mesoneros y policías por igual, Garí padre e hijo se dirigieron a la PTJ de Santa Mónica, cerca de donde viven. Allí les dijeron que no les correspondía procesar esa denuncia, pero que podían dirigirse a la PTJ de Chacao. A todas estas eran cerca de las 2 de la madrugada y ponerse a dar vueltas en aquellas condiciones no era muy recomendable, así que los heridos se dirigeron a su casa para descansar, hacer un recuento de los daños y prepararse para salir temprano a denunciar a los bravucones de La Confiture —otra vez el nombre, es que a veces no puedo evitarlo—.
Frente al espejo, Carlos Eduardo Garí pudo constatar con alivio que el dolorcito del pecho era una simple fractura de clavícula; el hueso le sobresalía unos centímetros por encima de su nivel normal. Menos mal, no era ningún conato de infarto como él creía. También tenía el brazo izquierdo inmóvil, un boquete considerable en el párpado derecho y contusiones por todo el cuerpo. En cuanto a su hijo, debido a su juventud sufrió menos desperfectos en la carrocería, pero por el resto de sus días le quedará un horrible trauma: además de darle golpes de todo calibre, uno de aquellos sujetos lo mordió en el pecho. ¿Cómo va a explicarle Carlos Manuel a su pareja, cuando estén en la intimidad, que aquella marca pertenece a la dentadura de un hombre? Algo espantoso, abominable.

Los intocables

En la mañana fueron a la PTJ de Chacao, donde tomaron nota de su testimonio y los enviaron a la Medicatura Forense. Luego de los exámenes se determinó que Carlos Eduardo presentaba, además de la luxación de la clavícula, lesiones en la columna, en la rodilla, en el antebrazo izquierdo; con todo, y que debía ser operado, cosa que ocurrió cinco días más tarde. En cuanto a las diligencias del día 4, en Chacao les sugirieron que fueran a la Policía de Baruta y así lo hicieron, en compañía de sus abogados Víctor Garí y Nicolás Gallo. Allí los atendió el comisario Enrique Aranguren, quien les aseguró que lo procedente era dirigirse al módulo de Poli Baruta que queda en Las Mercedes, a media cuadra del restaurant La Confiture. Fueron hasta allá y un inspector-jefe les aseguró que enseguida iban a mandar dos patrullas para capturar a los bandidos. Pero un momento: una llamada del inspector Kemy López obligó a esperar un momento, él tenía algo que decirles a los denunciantes.
Lo que Kemy López les dijo fue, en pocas palabras, que la policía estaba muy ocupada con los choros y los buhoneros y que ultimadamente, chico, esa denuncia no va a llegar a nada porque esa gente de los restaurantes conoce a mucha gente poderosa y nosotros no queremos problemas. Linda frase. Así que los Garí siguieron escalando la cuesta de las jerarquías y en su empeño fueron a parar a la Policía de Miranda, en el coliseo de La Urbina. Allí comisionaron a dos agentes y fueron a buscar a los agresores. Llegaron al restaurant, Carlos Manuel identificó al parquero y los agentes procedieron a detenerlo. Entonces desde dentro del restaurant surgió un terremoto de gente que intentaba impedir la acción de los policías. Una mujer que se identificó como dueña del local les dijo a los policías que cuidadito con llevarse a su parquero, yo soy muy amiga de Lazo Ricardi y Hermes Rojas Peralta, mijito. Además, el señor se cayó, dijo, refiriéndose a Carlos Eduardo Garí. Como esta es una página interactiva, vamos a pedirle a los lectores su intervención. ¿Qué respuesta le daría a la señora?:
a) Sí, el hombre se cayó, pero dentro de una licuadora.
b) ¿No se va a caer, con esa diabla que le estaban dando el parquero y los mesoneros?
c) Se cayó desde un décimo piso.
d) Cayó por inocente.
Ante la insistencia de los abogados de Garí, y a pesar de las presiones e insultos, el sujeto fue llevado detenido al coliseo de La Urbina. Gran triunfo del bien y la justicia. Eran las 4 de la tarde del día 4 de diciembre.
A las 11:30, Carlos Manuel recibió una llamada, la llamada más rara del mundo: un detective llamado Alirio Natera, de Poli Miranda, le pidió que fuera hasta el coliseo para terminar el procedimiento de la tarde. “Deme su dirección para irlo a buscar”, le dijo, pero Carlos Manuel prefirió llamar a los abogados e ir con ellos para ver de qué se trataba. Cuando llegaron los hicieron pasar, no por la entrada principal sino por el estacionamiento. En medio de una oscuridad espantosa les dieron un notición: al parquero de La Confiture lo habían soltado por órdenes del director de la Policía de Miranda, comisario Hermes Rojas Peralta. “Pero ven, móntate en la patrulla para que identifiques a los otros”, insistían los agentes, con un tonito de misterio que llevó a los Garí a huir del lugar y a acudir a otras instancias.La denuncia de los Garí no aparece en el libro de novedades de la policía de Baruta, lo cual ya es una —otra— irregularidad de marca mayor. La Fiscal 58 los remitió a la Fiscal asignada a Chacao. Esta los remitió a Poli Baruta, otra vez. Allí, el director de Operaciones, Oswaldo García, les hizo un comentario entre franco y desencantado: “Los dueños de restaurantes de Las Mercedes tienen más poder que nadie.
Ha habido policías lesionados, tiroteados, destituidos y presos por meterse con algunos hijitos de papá en esa zona”. Se entiende: yo te brindo el almuerzo y los tragos y tú me proteges. Nos importa un pepino si esto funciona exactemente así, pero de momento parece que Hermes Rojas Peralta, director de la Policía de Miranda, tiene algo que explicarle a sus funcionarios y a la familia Garí.
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Publicada el 21/12/97 con el título A falta de policías buenos son los mesoneros.
Un día después de la publicación de esta crónica, el inspector Kemy López acudió a la redacción de El Nacional para aclarar, haciendo uso de su derecho a réplica, que el proceder de Polibaruta fue el correcto en todo momento, pues la función de las policías municipales es la vigilancia y prevención, no la investigación de hechos punibles. Indicó López que, de haber arrestado a las personas acusadas por Garí, habría usurpado funciones que le corresponden al Cuerpo Técnico de Policía Judicial.