Sucedió en el barrio Santa Rosa; los testigos son varios familiares de Alberto, su novia y un grupo de vecinos que se arrimaron al sarao en el transcurso de la tarde. Una patrulla de la Policía de Miranda pasó por allí; más tarde se averiguó que un grupo de agentes fueron a llevar a su casa a un compañero que vive en la misma calle. De regreso metió un frenazo urgente frente a donde estaban Repillosa y los suyos, y comenzó una requisa sorpresa de la cual no sacaron nada que no fueran las fichas de dominó, los platos y cucharas para el sancocho, las botellas y la sorpresa de los festejantes.
Alberto cometió la equivocación de identificarse como efectivo de la Policía Militar; equivocación, sí, porque uno de los policías, de nombre Jaime Guzmán, comenzó a desafiar al joven con todo tipo de recursos, desde el célebre “Quítame la pajita del hombro” hasta el “Ayer pasé por tu casa, tu mamá me dijo feo”, pasando por el “¿Tú sabes jugar rojo, o piragua?”. El soldado esquivó todas las provocaciones, pero de pronto, sin que hubiera pasado nada fuera de lo común aparte del aplique policial, a Jaime Guzmán se le escaparon dos tiros —¿se le puede escapar a alguien dos tiros, sin intención? Ya sabemos que es bien difícil, pero es lo que dice la declaración oficial—, que impactaron en el cuerpo de Alberto. Este fue trasladado al hospital de los Valles del Tuy por los propios policías, siempre tan considerados; lo dejaron en la puerta y se marcharon, como suele ocurrir, y Alberto Repillosa falleció pocos minutos más tarde.
Declaración de rigor: “Lo matamos en un enfrentamiento”, pero la PTJ investigó hasta dar con la historia correcta, y pasó al afable Guzmán a las órdenes de los tribunales.
La muerte banal
Iván Darío López, de 18 años, ingresó al ejército en el mes de julio. Los planes eran los mismos que suelen imaginarse los jóvenes que se presentan en el cuartel de turno o los que de pronto caen reclutados: cumplir con el servicio militar sin mucho sobresalto, ver transcurrir las horas en medio de los ejercicios, algún empujón de alguien de mayor rango y después desquitarse con los nuevos de las camadas sigiuientes. Y más nada, a menos que el país esté al borde de alguna guerra, o a alguien se le ocurra enviar soldados a darse duro en los Teatros de Operaciones con la guerrilla.
El caso de Iván Darío no fue ese, ni en el bueno ni en el mal pensamiento: ni le tocó ir a la guerra ni le tocó estar descansando sabroso en un cuartel, sino que en noviembre se atravesó el agite de las elecciones y a él le correspondió estar de pie todo el día en un grupo escolar del Zulia. Durante el fin de semana que le correspondió de permiso Iván Darío regresó a su casa ubicada en el sector La Batea, de Maracaibo.Acá es cuando se banaliza, o se complica, la historia. La noche del 14 de noviembre, mientras regresaba a su casa después de reunirse con unos amigos, fue interceptado por un sujeto a quien llaman simplemente Fernando. Este le dio una orden como las que jamás recibió en el cuartel: Ponte de espaldas. Iván Darío lo hizo: el tal Fernando no tiene rango alguno, pero sí cargaba un pistolón más elocuente que la voz de cualquier coronel. Y más nada: apenas el joven obedeció de aquella pistola salieron cuatro proyectiles, y los cuatro dieron de lleno en la espalda del joven López. El agresor no le quitó sus pertenencias. Detalle extra para la investigación.
1 comentario:
Hola...
Excelente todos tus blogs...
Te cuento que llegué a ellos por el artículo que escribiste en Aporrea sobre las pendejadas de Barreto.
Muy buenos tus artículos, aunque no me los he podido leer todos, me llamo mucho la atención la página de la música muy buena, ni hablar de las fotos, por cierto que en la parte de la gente que le hechó bolas te faltó un gentío.
Éxitos...
Aquí te dejo mi pensamiento
La Victoria no se detiene, se viene desarrollando desde todos los rincones, esos olorosos a pueblo, desde la cocina de las ideas, con ingredientes de esperanza, de paz y de justicia. La victoria sigue y no tiene fin, es ineludible, es hermana de la libertad, es como el padre al hijo. La victoria, aunque se manche de sangre dolorosa, será limpia, será pura, si su objetivo es la libertad que se merece el pueblo, no hay nada más grande que eso.
Yanett Polanco
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