agosto 31, 2006
Descubran al asesino (sin olvidar a la víctima)
María Amparo Blanquicet, de 13 años, piel oscura, chama humilde; tanto, que para ayudar a la familia a llevar el pan al hogar, trabaja como doméstica en casa de unas personas, lejos del barrio donde ella vive. Qué agudos son los lectores de esta página. Apenas han leído las breves líneas anteriores y ya saben que esa muchacha -negra, pobre, joven y mujer- será quien llevará la peor parte en la historia de hoy. Pero no canten victoria; ustedes no saben qué le ocurrió exactamente, ni en qué circunstancias. Sólo intuyen que hay una cuestión muy mala alrededor de todo esto, de la chica y de sus días. Y no porque ustedes tengan un don sobrenatural, sino esa reconocida capacidad de observación; es que, lamentablemente, ya saben que esta página se alimenta de noticias malas. Qué le podemos hacer.
Además, pocas líneas más abajo nos veremos en la necesidad de escribir algunas frases en tiempo pasado, y entonces ya ni siquiera podrá el cronista acudir al factor sorpresa. La inteligencia de ustedes impedirá, entonces, que el caso de hoy genere mayores escalofríos.
Pero sigan adelante, todavía hay mil detalles que ustedes no conocen. No saben, por ejemplo, que María Amparo tenía su residencia en el barrio Alexander Burgos, de Valencia, y la familia para la cual trabajaba, la familia Hernández, vive en la urbanización Ricardo Urriera. Ustedes no saben dónde quedan uno y otro sector, pero el hecho de que a uno de ellos se le llame "barrio" y al otro "urbanización", ayuda a ordenar mentalmente el contexto. Es preciso acotar, sin embargo, que la familia Hernández no es multimillonaria. Simplemente vive con alguna comodidad, y entre las cosas que puede pagarse están los servicios de una chica para las labores diarias, la mencionada María Amparo, quien se mudó a vivir con ellos. El sostén de la familia es Domingo Ramón Hernández, comerciante; su señora, de nombre Delia, tiene nueve meses de gestación. Nada más tranquilo y fuera de sobresaltos que una familia con esas características.
Ahora le cedemos la pluma y la voz a las personas que estuvieron más cerca de los acontecimientos que se suscitaron la semana pasada.
¿Qué dicen los Blanquicet y algunos testigos?
El jueves 16 de julio, los Hernández decidieron ir al barrio Bicentenario para participar en la fiesta de la Virgen del Carmen, y llevaron con ellos a la joven María Amparo. A eso de las 10 de la noche, el jefe de la casa consideró que ya estaba bueno de fiesta y de vírgenes, y le dijo a sus dos acompañantes que abordaran la unidad (una Ford Pick-Up azul) para emprender el viaje de regreso a la casa. Ha quedado bastante pesada esa última frase, pero ustedes saben que eso es consecuencia de leer muy seguido la revista Crónica Policial. Los estilos se pegan. Los esposos Hernández subieron al vehículo y se instalaron en la cabina, como corresponde, y María Amparo lo hizo en la parte de atrás. Sí, ésa misma, la parte descubierta, la que queda a la intemperie. No hagan más conjeturas y sigan, por favor, el hilo de la historia.
Cuando transitaban por la prolongación de la avenida Sesquicentenaria, la camioneta hizo un ruido extraño, ejecutó unas toses tremendas y el motor dejó de funcionar. Domingo Ramón Hernández salió del vehículo, levantó el capó, dio un vistazo, removió unos cables, y sus conocimientos del funcionamiento fisiológico de su máquina le indicaron que la falla estaba debajo. Se dispuso, pues, a meterle una mano al caballo dislocado, para lo cual se quitó la camisa que llevaba puesta. Redoble de tambores, trompetas susurrantes; la cámara se abre, las luces enfocan un lugar impreciso hacia el fondo de la pantalla, y ya el lector sabe que ahora viene el momento crucial, la escena que hace detonar el drama. Imposible engañarlo. El lector tiene el ojo entrenado.
Cuando Hernández efectuaba el movimiento necesario para despojarse de la prenda, apareció en la esquina una patrulla de la Policía del estado Carabobo. Y lo primero que vieron los funcionarios que viajaban en esa patrulla fue que el caballero ese, el descamisado de la noche, llevaba en la cintura un pistolón de respetable tamaño. Y seguro que nadie ha adivinado qué: se bajaron de la patrulla, apuntaron al unísono y comenzaron a disparar contra aquel sujeto, seguramente un antisocial a quien Satanás purifique en sus pailas. Plomo, carajo, y aunque Hernández pudo accionar también su arma, no fue suficiente contra las balas justicieras de los de uniforme. Los policías se aproximaron al cuerpo de Hernández, que presentaba heridas múltiples pero todavía estaba con vida, y entonces se percataron del resto de la situación: en la parte de atrás de la camioneta yacía María Amparo, fulminada con dos disparos en el cuerpo; y en la parte delantera, la señora de Hernández, con una crisis de nervios y un hijo a punto de salírsele unos días antes de lo previsto.
¿Qué dice la Policía de Carabobo?
El jueves 16 de julio, a eso de las 10:00 de la noche, la Policía de Carabobo recibió una llamada según la cual en la avenida Sesquicentenaria se estaba cometiendo un crimen, así que un comando integrado por tres funcionarios fue hasta allá, para ver quién era el desalmado que estaba cometiendo semejante monstruosidad. ¿Cuál monstruosidad? No sé, no sé, pero vamos para allá y después te digo.
Al llegar al sitio indicado en la llamada, vieron cuando Domingo Ramón Hernández discutía con una mujer, se bajaba del carro al mismo tiempo que ella, la perseguía brevemente y de pronto le disparaba, mientras ella se protegía tras la puerta. Los policías le dieron la voz de alto, pero Hernández tenía tal engorilamiento en el cerebro que le apuntó a los policías y les disparó varias veces.
Entonces a los policías no les quedó más remedio que disparar también (con el dolor de su alma, pues no hay nada que le guste menos a los policías que disparar. ¡Ah!, cuándo será que van a dejar de obligar a esa pobre gente a cargar armas encima, para ellos es un martirio). Como suele ocurrir cada vez que se enfrentan las fuerzas del mal y del bien, la justicia salió vencedora aquí y Domingo Ramón Hernández, el malo, resultó herido en la refriega. ¿Y qué más? Ah, y una joven, a quien no habían visto mientras duraba el violento cotofio, murió a causa de dos impactos de bala. Efectuados, seguramente, por ese bandido sin escrúpulos, ese vil canalla a quien la policía logró reducir con gran eficiencia.
Pero un momento: un día antes de producirse esta declaración oficial, había trascendido otra, que fue recogida por los periodistas del vespertino Notitarde. Según ésta, los tres agentes circulaban por el sector en su ronda de rutina, cuando se toparon con una escenita muy fuerte: un señor disparándole a una dama en plena avenida Sesquicentenaria. Lo demás sigue igual: voz de alto, reacción violenta de Hernández y resultado adverso para él. ¿Y qué más? Ah, una joven de nombre María Amparo Blanquicet que resultó muerta, y que presentaba dos balazos en el tórax.
¿Qué dice la PTJ-Carabobo?
La PTJ-Delegación Carabobo ha recogido hasta ahora sólo las declaraciones de los tres agentes policiales que intervinieron en el hecho. Los tres están destacados en el comando de Bella Vista. La versión de Hernández y su señora no ha podido ser recopilada porque ambos se encuentran en un estado de salud crítico.
El cuerpo de Domingo Ramón Hernández presentó impactos de bala en el cuello, en el muslo izquierdo y en la espalda. ¿Y el de María Amparo Blanquicet? Ah, el cadáver de la joven presentó un orificio en la axila derecha y otro en la izquierda. ¿Qué pudo haber ocurrido? Según el subcomisario Vicente Núñez, es posible que una bala -disparada por Domingo Ramón Hernández- haya entrado por un lado, y otra, disparada por los policías, por el otro lado. Tú sabes, mitad y mitad, para que no salga tan caro. Aunque no se descarta que a la muchacha la haya alcanzado una sola bala -quizá disparada por Domingo Ramón Hernández- que entró por un flanco y salió por el otro. Qué brillantes investigadores. Por mi parte, yo propongo que se investigue si una bala disparada por Hernández pudo haber entrado por un lado, salirse, dar la vuelta y entrar por el otro lado. Por si acaso. Uno nunca sabe. Nadie ha visto a un policía matando a ningún ciudadano por error. Qué va.
Epílogo necesario: quizá ya ustedes se hayan paseado por todas esas versiones sin siquiera leer la crónica. Todos saben que habrá forcejeos, intercambio de acusaciones, emisión de versiones, mucha argumentación en pasta; toma, defiéndete, ahora dame. Al final se decretará un empate técnico, o perderá Hernández... o quizá se le salga una rueda a la carreta y la responsabilidad terminará por recaer en los policías estadales. Entonces, sea como sea, se compondrán cantos a la verdad y a la justicia, que por fin habrá triunfado en la tierra.
Pero, ¿y María Amparo Blanquicet? Ah, María Amparo Blanquicet. Ella está muerta. Y así se quedará, muerta y al margen de la celebración.
__________________
Publicado el 26/07/98 en El Nacional.
Además, pocas líneas más abajo nos veremos en la necesidad de escribir algunas frases en tiempo pasado, y entonces ya ni siquiera podrá el cronista acudir al factor sorpresa. La inteligencia de ustedes impedirá, entonces, que el caso de hoy genere mayores escalofríos.
Pero sigan adelante, todavía hay mil detalles que ustedes no conocen. No saben, por ejemplo, que María Amparo tenía su residencia en el barrio Alexander Burgos, de Valencia, y la familia para la cual trabajaba, la familia Hernández, vive en la urbanización Ricardo Urriera. Ustedes no saben dónde quedan uno y otro sector, pero el hecho de que a uno de ellos se le llame "barrio" y al otro "urbanización", ayuda a ordenar mentalmente el contexto. Es preciso acotar, sin embargo, que la familia Hernández no es multimillonaria. Simplemente vive con alguna comodidad, y entre las cosas que puede pagarse están los servicios de una chica para las labores diarias, la mencionada María Amparo, quien se mudó a vivir con ellos. El sostén de la familia es Domingo Ramón Hernández, comerciante; su señora, de nombre Delia, tiene nueve meses de gestación. Nada más tranquilo y fuera de sobresaltos que una familia con esas características.
Ahora le cedemos la pluma y la voz a las personas que estuvieron más cerca de los acontecimientos que se suscitaron la semana pasada.
¿Qué dicen los Blanquicet y algunos testigos?
El jueves 16 de julio, los Hernández decidieron ir al barrio Bicentenario para participar en la fiesta de la Virgen del Carmen, y llevaron con ellos a la joven María Amparo. A eso de las 10 de la noche, el jefe de la casa consideró que ya estaba bueno de fiesta y de vírgenes, y le dijo a sus dos acompañantes que abordaran la unidad (una Ford Pick-Up azul) para emprender el viaje de regreso a la casa. Ha quedado bastante pesada esa última frase, pero ustedes saben que eso es consecuencia de leer muy seguido la revista Crónica Policial. Los estilos se pegan. Los esposos Hernández subieron al vehículo y se instalaron en la cabina, como corresponde, y María Amparo lo hizo en la parte de atrás. Sí, ésa misma, la parte descubierta, la que queda a la intemperie. No hagan más conjeturas y sigan, por favor, el hilo de la historia.
Cuando transitaban por la prolongación de la avenida Sesquicentenaria, la camioneta hizo un ruido extraño, ejecutó unas toses tremendas y el motor dejó de funcionar. Domingo Ramón Hernández salió del vehículo, levantó el capó, dio un vistazo, removió unos cables, y sus conocimientos del funcionamiento fisiológico de su máquina le indicaron que la falla estaba debajo. Se dispuso, pues, a meterle una mano al caballo dislocado, para lo cual se quitó la camisa que llevaba puesta. Redoble de tambores, trompetas susurrantes; la cámara se abre, las luces enfocan un lugar impreciso hacia el fondo de la pantalla, y ya el lector sabe que ahora viene el momento crucial, la escena que hace detonar el drama. Imposible engañarlo. El lector tiene el ojo entrenado.
Cuando Hernández efectuaba el movimiento necesario para despojarse de la prenda, apareció en la esquina una patrulla de la Policía del estado Carabobo. Y lo primero que vieron los funcionarios que viajaban en esa patrulla fue que el caballero ese, el descamisado de la noche, llevaba en la cintura un pistolón de respetable tamaño. Y seguro que nadie ha adivinado qué: se bajaron de la patrulla, apuntaron al unísono y comenzaron a disparar contra aquel sujeto, seguramente un antisocial a quien Satanás purifique en sus pailas. Plomo, carajo, y aunque Hernández pudo accionar también su arma, no fue suficiente contra las balas justicieras de los de uniforme. Los policías se aproximaron al cuerpo de Hernández, que presentaba heridas múltiples pero todavía estaba con vida, y entonces se percataron del resto de la situación: en la parte de atrás de la camioneta yacía María Amparo, fulminada con dos disparos en el cuerpo; y en la parte delantera, la señora de Hernández, con una crisis de nervios y un hijo a punto de salírsele unos días antes de lo previsto.
¿Qué dice la Policía de Carabobo?
El jueves 16 de julio, a eso de las 10:00 de la noche, la Policía de Carabobo recibió una llamada según la cual en la avenida Sesquicentenaria se estaba cometiendo un crimen, así que un comando integrado por tres funcionarios fue hasta allá, para ver quién era el desalmado que estaba cometiendo semejante monstruosidad. ¿Cuál monstruosidad? No sé, no sé, pero vamos para allá y después te digo.
Al llegar al sitio indicado en la llamada, vieron cuando Domingo Ramón Hernández discutía con una mujer, se bajaba del carro al mismo tiempo que ella, la perseguía brevemente y de pronto le disparaba, mientras ella se protegía tras la puerta. Los policías le dieron la voz de alto, pero Hernández tenía tal engorilamiento en el cerebro que le apuntó a los policías y les disparó varias veces.
Entonces a los policías no les quedó más remedio que disparar también (con el dolor de su alma, pues no hay nada que le guste menos a los policías que disparar. ¡Ah!, cuándo será que van a dejar de obligar a esa pobre gente a cargar armas encima, para ellos es un martirio). Como suele ocurrir cada vez que se enfrentan las fuerzas del mal y del bien, la justicia salió vencedora aquí y Domingo Ramón Hernández, el malo, resultó herido en la refriega. ¿Y qué más? Ah, y una joven, a quien no habían visto mientras duraba el violento cotofio, murió a causa de dos impactos de bala. Efectuados, seguramente, por ese bandido sin escrúpulos, ese vil canalla a quien la policía logró reducir con gran eficiencia.
Pero un momento: un día antes de producirse esta declaración oficial, había trascendido otra, que fue recogida por los periodistas del vespertino Notitarde. Según ésta, los tres agentes circulaban por el sector en su ronda de rutina, cuando se toparon con una escenita muy fuerte: un señor disparándole a una dama en plena avenida Sesquicentenaria. Lo demás sigue igual: voz de alto, reacción violenta de Hernández y resultado adverso para él. ¿Y qué más? Ah, una joven de nombre María Amparo Blanquicet que resultó muerta, y que presentaba dos balazos en el tórax.
¿Qué dice la PTJ-Carabobo?
La PTJ-Delegación Carabobo ha recogido hasta ahora sólo las declaraciones de los tres agentes policiales que intervinieron en el hecho. Los tres están destacados en el comando de Bella Vista. La versión de Hernández y su señora no ha podido ser recopilada porque ambos se encuentran en un estado de salud crítico.
El cuerpo de Domingo Ramón Hernández presentó impactos de bala en el cuello, en el muslo izquierdo y en la espalda. ¿Y el de María Amparo Blanquicet? Ah, el cadáver de la joven presentó un orificio en la axila derecha y otro en la izquierda. ¿Qué pudo haber ocurrido? Según el subcomisario Vicente Núñez, es posible que una bala -disparada por Domingo Ramón Hernández- haya entrado por un lado, y otra, disparada por los policías, por el otro lado. Tú sabes, mitad y mitad, para que no salga tan caro. Aunque no se descarta que a la muchacha la haya alcanzado una sola bala -quizá disparada por Domingo Ramón Hernández- que entró por un flanco y salió por el otro. Qué brillantes investigadores. Por mi parte, yo propongo que se investigue si una bala disparada por Hernández pudo haber entrado por un lado, salirse, dar la vuelta y entrar por el otro lado. Por si acaso. Uno nunca sabe. Nadie ha visto a un policía matando a ningún ciudadano por error. Qué va.
Epílogo necesario: quizá ya ustedes se hayan paseado por todas esas versiones sin siquiera leer la crónica. Todos saben que habrá forcejeos, intercambio de acusaciones, emisión de versiones, mucha argumentación en pasta; toma, defiéndete, ahora dame. Al final se decretará un empate técnico, o perderá Hernández... o quizá se le salga una rueda a la carreta y la responsabilidad terminará por recaer en los policías estadales. Entonces, sea como sea, se compondrán cantos a la verdad y a la justicia, que por fin habrá triunfado en la tierra.
Pero, ¿y María Amparo Blanquicet? Ah, María Amparo Blanquicet. Ella está muerta. Y así se quedará, muerta y al margen de la celebración.
__________________
Publicado el 26/07/98 en El Nacional.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)