diciembre 20, 2005

La segunda muerte de José Manuel Saher

En los 60, decir Este gobierno no sirve era apenas el preludio de la acción; había quienes manifestaban su inconformidad y luego salían a cuadrarse con la agrupación en armas que estuviera más a la mano. Había también quien anduviera por la calle hablando mal de Betancourt o Leoni, pero se le aflojaban las piernas cuando alguien le proponía salir a derribar el sistema que había hecho posibles a esos presidentes y a su circunstancia, y enseguida quedaba fichado: este es un hablador de pendejadas. Es que mi mujer va a parir y... Nada de eso. La humanidad era más importante que la familia.
En esa época de decisiones, bravura y heroísmo actuó y se hizo conocer José Manuel Saher –Chema, para todos–, hijo del entonces gobernador de Falcón, un reconocido militante de Acción Democrática. Contra este precedente familiar, el Chema se convirtió en un cuadro de primera línea del MIR. Decíamos que la historia de hoy comienza en esos años. Precisemos: comienza en 1967, en el cerro El Bachiller, y el punto de arranque es un enfrentamiento armado entre el ejército nacional y una escuadra de aquellas huestes juveniles. Los soldados leales al gobierno acorralaron a los soñadores, los llevaron a un Teatro de Operaciones. Cuenta el anecdotario de la revolución que Chema fue torturado, despedazado en vida, y posteriormente fusilado.
Era la guerra, eran tiempos duros, y entre escaramuza y escaramuza los hombres tenían ocasión de morir de muerte heroica.

El vástago

El Chema Saher dejó en el mundo de los vivos un puñado de libros (ya nos imaginamos qué clase de literatura), algunos recuerdos y un hijo al que le había puesto su nombre, José Manuel. Cuando el padre fue fusilado, el niño tenía 7 años. Acto seguido, la familia del guerrillero caído acordó salvar al infante del candelero que estaba en marcha en el país. A los pocos días del noticioso y difundido fusilamiento, el niño fue montado en un avión que se lo llevó directo y sin escalas a La Habana, Cuba. Fuera del país y más confundido que un argentino en un juego de beisbol, el niño comenzó a formarse en la tierra y en el sistema que le sirvió al padre de inspiración.
Salto necesario de varios años, antes de decir que el joven José Manuel se empató en brigadas internacionalistas, lo cual significa continuación de lo que su padre había convertido en modo de vida. Antes de obtener su título universitario de médico obstetra ya le había tocado ver acción y ejercer su oficio en Nicaragua, El Salvador y otros países de Centroamérica. Hasta que llegó el momento del regreso a la patria. A principios de los 90 José Manuel pisó tierra venezolana, junto con su esposa; comienzan, pues, sus años de heroísmo incomprendido. ¿O de su ingenua ignorancia de los resortes que mueven hoy a la realidad venezolana?
Estuvo unos años por Ciudad Bolívar, un poco a la sombra, un poco haciéndose sentir. Hasta que su destino explotó, en noviembre de 1997. La Guardia Nacional recibió informes de que una avioneta había sido secuestrada por tres hombres. A bordo de ella viajaba el propietario, Boris Valdivieso. Cuando la aeronave aterrizó, en una pista clandestina de Santa Elena de Uairén, un comando de uniformados la abordó y procedió a detener a los plagiarios. Uno de ellos resultó ser un caballero identificado como Danilo García Noroño. Un hombre cuya verdadera identidad era José Manuel Saher, venezolano, de 38 años de edad, médico obstetra e hijo del Chema, aquel mártir de la izquierda venezolana en los 60.

La otra muerte

Una vez en prisión, comenzó a experimentar las distintas formas del martirio. Ustedes dirán: alguien que tuvo hígado de sobra para meterse en semejante problema con la justicia no podía esperar que le tiraran flores. Están en su derecho. Pero de todas formas no pierdan de vista la situación a partir de ahora; total, se trata de un ejemplar humano, y lo que nos tiene concentrados en él son circunstancias bastante repugnantes como para estar fijándonos en cómo pensaba el hombre.
En sucesivas cartas a su esposa, José Manuel detalla los maltratos físicos a que era sometido cotidianamente en la cárcel. Nada fuera de lo común: patadas en los testículos, culatazos, peinilla por ese lomo y cierto tormento sicológico: cuando la tarde se ponía más fastidiosa de lo común lo encerraban en celda aparte, le metían el cañón de un fal en la boca y se ponían a relatarle historias de moscas verdes que revolotean, de gusanos que socavan el cuerpo, de zamuros que vigilan. A todas estas, sus compañeros de faena en lo de la avioneta fueron puestos en libertad al segundo mes, mientras él se quedaba en la cárcel de Vista Hermosa (interesante nombre para un penal) pasando y pagando las de Caín y Abel, todas al mismo tiempo. Entre los autores de los bofetones y amenazas, Saher menciona al distinguido Rodríguez y a un agente Sutherland a quien Dios cuide de todo mal. Más tarde, en otra carta dramática y decisiva, habría de agregar los nombres de Flores y Figuera, todos ellos Guardias Nacionales. Mientras él estaba allí, recibiendo las respectivas raciones diarias de lo mismo, sus abogados se movilizaron lo suficiente para conseguir una libertad bajo fianza. Un recurso que tropezó con varios inconvenientes, entre ellos el hecho de que el juez de la causa rechazó a los fiadores asignados porque no cumplían los requisitos. Es decir: eran fiadores pero, a los ojos de la Justicia, no eran de fiar. Eran unos limpios, pues.
Con todo, tras unos arreglos mínimos, por fin el tribunal emitió una boleta de excarcelación, que debía ejecutarse este lunes ocho de junio.
Pero antes del ocho de junio tenía que llegar el día seis. Seis es menos que ocho, ustedes lo saben. Era día de visita, así que su esposa, Norka Cujides, se dirigió a la cárcel para conversar con su esposo y llevarle algunas cosas, como de costumbre. Para su sorpresa, los guardianes no le permitieron la entrada al penal; Saher estaba súbitamente incomunicado, dos días antes de salir de la prisión, y los funcionarios hicieron lo posible por evitar cualquier contacto entre los esposos. No pudieron evitar, sin embargo, que José Manuel lanzara desde un piso superior una carta, una carta de la cual hay unas cuantas copias rodando por la Fiscalía General de la República y otras instancias. Una carta adicional, que da cuenta de los mismos reclamos e inquietudes, acompaña a ésta, la última, la más dramática. En todos esos escritos se nota el verbo invariable de los viejos combatientes. Es común encontrarse expresiones como “Hasta la victoria, siempre”; “Dígale al pueblo que muero con mi dignidad y mi moral muy en alto”; “Patria o Morir”. ¿Anquilosamiento o consecuencia? Quizá una mezcla de ambas cosas. Para efectos de lo que viene, eso es lo de menos.
En fin, mucha gente tiene en sus manos la copia de un mensaje desesperado en el cual José Manuel Saher le pide a su esposa que establezca urgente contacto con alguien que ponga fin al ensañamiento que contra él han montado, entre otros, unos agentes Flores y Figuera. Estos le habían estado hablando muy seguido de la muerte, habían redoblado el acoso y las golpizas. Sólo faltaban dos días para que saliera libre, pero en dos días podían pasar muchas cosas. Así que Norka Cujides se movilizó con esta carta entre las manos, buscó a su abogado, inició contactos con el Ministerio Público.Exactamente una hora después de entregado el mensaje, las personas que se encontraban de visita en la cárcel de Vista Hermosa escucharon dos disparos. Para qué dar más explicaciones. Uno de esos disparos había entrado por el intercostal izquierdo de Saher; el otro le atravesó el cráneo de lado a lado. La versión oficial de los hechos dice que hubo una riña entre dos bandas por el control del penal. La carta de José Manuel Saher a su esposa (a quien, según cuenta, la ha estado buscado la DIM en su domicilio) cuenta otra historia.
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Publicada el 14/6/98 con el título La segunda muerte de José Manuel Saer; error de grafía incluido.
Luego de publicado este escrito, varias voces autorizadas, entre ellas la del poeta Luis Alfonso Bueno, le envió una carta al autor, según la cual Chema Saher no había procreado hijos durante su corta existencia. Bueno fue amigo personal de Saher. Más que eso: fue quien dio el discurso de despedida ante su tumba, en multitudinaria manifestación, allá en Falcón; escribió una biografía suya, recopiló y publicó su diario, y todavía guarda relación con la familia de Chema, en Falcón. Su testimonio, muy autorizado por todo lo anterior, colide con el de los comandantes Douglas Bravo y Guillermo García Ponce, quienes aseveran que el fallecido en Vista Hermosa sí era hijo del guerrillero.