Como suele ocurrir en estos casos, un transeúnte de nombre Ramón Angulo Mora, quien no tenía nada que ver con el atraco y mucho menos con la discusión, recibe un impacto de bala en una pierna. Aparece una comisión de la Policía Metropolitana; el maletín lleno de dinero, abandonado por los hampones que se lo habían quitado poco antes a Chacón Sanguino –ladrones robando al ladrón–, es recuperado por los agentes y devuelto a su dueño original; los policías detienen de inmediato a Chacón Sanguino y también a Angulo Mora, quien en mitad del mariquerón que se armó fue confundido con uno de los delincuentes y por lo tanto le salió su merecumbé de rolazos dentro de la patrulla.
Ambos son llevados al hospital Vargas, donde atienden de emergencia e intervienen quirúrgicamente a Chacón Sanguino, mientras que al señor Angulo –pacífico habitante de Carora que estaba por casualidad parado frente a una quesera, esperando el camión que iba a trasladarlo a su terruño, cuando se desató el tiroteo– lo reseñaron como delincuente, le curaron la herida con la misma delicadeza que un mecánico suele emplear para tumbar una transmisión, y lo trataron como al perro más vil mientras lo llevaban a la comisaría de la PTJ de El Paraíso, a ver si confesaba su participación en el frustrado asalto.
La buena suerte de Chacón Sanguino se comprende; el hombre estaba herido en el cuello y en esas condiciones no parecía ser muy peligroso. La mala suerte de Angulo Mora también puede comprenderse, a causa de su condición de caroreño –que lo diga Luis Alberto Crespo– y a causa también de su primer apellido.
Gran escondite
Después de esta insólita primera parte de la historia se produjo un capítulo que, ciertamente, borró la imagen de candidez de todo el episodio y sus principales actores. Chacón Sanguino, convaleciente aún en la sala número 15 del hospital Vargas, recibió una visita a eso de las 2:30 de la madrugada, cinco horas después de concluida la operación que le salvó la vida y 16 horas después del estúpido altercado de Quinta Crespo. La súbita visita estaba integrada por un grupo comando integrado por veinte hombres que, armados hasta la médula y actuando con toda la rapidez del caso, sometieron a los policías y vigilantes destacados en el centro asistencial, fueron directo a la sala 15, se echaron en hombros a Julio Chacón Sanguino, abordaron unas camionetas estacionadas afuera y desaparecieron sin dejar huellas ni traumas en el hospital. Sólo después de esta acción se supo que el otro detenido, Ramón Angulo Mora, no tenía relación alguna con los acontecimientos; hasta aquí, la historia conocida, o por lo menos la parte reseñada en estas y otras páginas de la prensa nacional.
Pocos días después de tanta agitación y tanto detalle asombroso y confuso, exactamente el domingo 9 de febrero, la División de Inteligencia de la Policía Metropolitana anunció la recaptura de Julio Chacón Sanguino en el barrio El Tamarindo de Guarenas. Otra de Homero Simpson: el caballero sabía que lo del rescate había sido reseñado en muy alto tono por la prensa nacional, y que por lo tanto los cuerpos policiales –instituciones a las que no les suele caer bien que se burlen de ellos de esa manera– iban a buscarlo hasta debajo de las piedras, fue a esconderse, pero, ¿dónde? ¿En una concha recóndita? ¿En un pueblo remoto de los llanos apureños? ¿En un confín de los Andes majestuosos? ¿Tres metros bajo una estatua de la Isla de Pascua? No: el audaz y superpeligroso delincuente fue a buscar refugio en casa de su concubina –Josefina Flores, 49 años– y de su cuñado –Luis Flores, 34–, o lo que es lo mismo: en el lugar donde primero y con más ahínco iban los sabuesos a montarle cacería. Los hospitalarios hermanos Flores fueron detenidos en el acto por complicidad y por otras cuestiones inaceptables de su pasado.
Breve pausa para organizarnos: Chacón Sanguino vuelve a ser detenido, fotografiado, presentado a la prensa y puesto a buen resguardo, esta vez sin las comodidades que le habían prodigado una semana atrás en el hospital Vargas. Un aspecto curioso de toda esta odisea fue la declaración que aportó en su oportunidad el coronel Jesús Benítez, Jefe de la División de Inteligencia de la PM: la evasión de Chacón Sanguino del hospital Vargas no había sido producto –como fue informado a la PTJ y lo ratificaron en sus declaraciones el personal médico, los vigilantes y algunos pacientes compañeros de habitación del hombre en la sala 15– de una operación comando. No señor: Chacón Sanguino se escapó solito y sin ayuda, burlando a la vigilancia y caminando por sus propios medios, cinco horas después de haberle sido extraído un proyectil de la cerviz.
Todo un varón, y además un varón cargado ya de leyenda. Lo cual no es todo pues, como veremos a continuación, lo del atraco y lo del Vargas –en cualquiera de sus dos versiones– son episodios destinados a palidecer ante la faceta mas sensacional de este Julio Chacón Sanguino, todo un dolor de cabeza antes y después de que los investigadores de la PM y la PTJ se decidieran a ponerle seriedad y entusiasmo al caso.
Yo, el otro
El 10 de febrero de 1997, a raíz de la recaptura de Julio Chacón Sanguino, en varios periódicos de la capital aparecieron su fotografía, las de su concubina y su cuñado. La suya presentaba a un caballero de baja estatura, algo pasado de kilos, mal afeitado y con una cara de aflicción que sólo puede uno entender si se tiene en cuenta los trastazos que le ha tocado dar entre Caracas y Guarenas desde que tuvo aquella penosa ocurrencia –esa de tumbarle el maletín al comerciante de quesos de Quinta Crespo– hasta la fecha, pasando por el momento en que el médico Alexander Viera le hundió el bisturí en el cuello para extraerle el proyectil calibre 38. Fuera del contexto de las historias en que se ha visto involucrado, su imagen inspira más bien la simpatía del sujeto bonachón, con más afición por el churrasco y las morcillas que por las armas de grueso calibre: “Con que ese es Julio Chacón Sanguino”, dice el lector de las páginas de sucesos, conforme y convencido de estar recibiendo la revelación, la evidencia de que el tipo en efecto existe. La noticia veraz e irrefutable: una más en este doloroso renglón del cada día caraqueño.
Pues no; rotundamente, no. Porque resulta, para variar –y para terminar de agregar las aristas, ingredientes y guirnaldas que le faltan a su ondulante trayectoria– que el gordito triste, flatulento y entregado a los placeres sensuales que la policía presentó como Julio Chacón Sanguino, peligroso antisocial evadido del Vargas y recapturado por un comando de Inteligencia de la Metropolitana, ni siquiera se llama Julio Chacón Sanguino: su verdadero nombre es Marcelo Barboza (45 años), según las conclusiones a que llegó la División Contra Robos de la PTJ luego de practicar el correspondiente fichaje dactilar. “El Gocho Marcelo”, lo llaman en el mundo que lo ha visto crecer, y entre otros momentos de mayor o menor importancia exhibe en su currículum una fuga en el año 93 del retén de Tocuyito. Desde entonces era buscado intensamente por los cuerpos policiales y miren en qué circunstancias vinieron a capturarlo: justo después de otra fuga. Hay hombres que no pueden estarse tranquilos en un solo sitio. El resto de su campaña registrada oficialmente incluye algunas gracias llevadas a cabo desde 1985, poca cosa delante de lo que pudo descubrirse después: según la PTJ, tras los interrogatorios de rigor, Barboza, el ex Chacón Sanguino, dió las pistas necesarias para la captura de la banda a la cual pertenecía –¿la misma que lo rescató del Vargas?–, y a la cual se le atribuyen entre otras menudencias el asalto al Banco Canarias de La Florida –3 de noviembre de 1996– que les reportó, según informes divulgados en su momento, 193 millones de bolívares.
Publicada en El Nacional, el 23/2/97, con el título: ¿Quién se supone que eres, Julio Chacón Sanguino?