septiembre 27, 2006

Si usted vive en Petare, es un delincuente

Wilmer Valdespino creció en el barrio 5 de Julio, en Petare. Estudió con los salesianos, fue catequista, animador cultural, músico, organizaba planes vacacionales, era técnico en Electrónica; tenía una salud más puntual que el guante de Omar Vizquel, tomaba con suficiente sentido del humor la mamazón' inherente a todo habitante de barrio, y cuando la muerte lo atrapó se encontraba descansando en su casa, tomándose uno de los pocos recesos que le proporcionaba su última ocupación: era funcionario de la Policía de Baruta. Un compañero suyo llamado Vicente Páez -un laico de la comunidad salesiana a quien le ha correspondido, en los últimos días del 97 y primeros del 98, movilizarse en todas las instancias legales con una denuncia sorprendente en las manos- lo recuerda así, como el muchacho sanote, organizador de actividades infantiles, que sorprendió a todo el mundo con su repentina decisión de convertirse en funcionario policial.

Su muerte ocurrió, de acuerdo con testimonios de sus vecinos, de la siguiente manera: estaba durmiendo el 25 de diciembre a eso de la una de la madrugada -imagínense si era sano: acostarse a dormir mientras los demás mortales hemos liquidado y pensamos liquidar unas cuantas botellas de lo que sea-, cuando uno de sus hermanos fue a levantarlo de la cama porque acababa de tener un encontronazo con un malandro del sector que andaba armado y venía persiguiéndolo. Wilmer se levantó, salió a la puerta con el arma de reglamento, y no había divisado bien al agresor de su hermano cuando éste le disparó varias veces, dejándolo inerte en el piso. Antes de caer, sin embargo, logró alcanzarlo también con una bala, pero como a veces los choros están protegidos por mejores potencias divinas pudo correr y salvarse aprovechando la confusión.

El nombre del malandro es Johnny Molina, tiene 22 años y le dicen El Chiguerote. En su casa, quizá para simplificar un poco las cosas -¿quién sabe qué diablos es un chiguerote?- le dicen El Papito. Papito, chiguerote o lo que sea, lo cierto es que ya estaba identificado y la policía no tenía sino que proceder directamente, atendiendo al testimonio de decenas de testigos. Cosa que desecharon para irse por el camino más difícil, como se verá más adelante.

En cuanto al joven policía, no pudo ser más amargo su fin: en plena Navidad, en presencia de su familia, a manos de un bicho que más temprano o más tarde morirá de la misma manera. Más amargo y triste es el hecho de que el director del cuerpo al cual pertenecía Wilmer Valdespino, Alfredo Sáez Conde -me suena ese apellido, chico, me suena-, se haya dedicado a insultarlo a él, a su familia y al barrio en que habitaba, para justificar lo que vino después, que parece más bien un compendio de la locura o de la borrachera colectiva de toda una institución policial. Y no se ofendan: es preferible que a uno le digan loco o borracho y no que hizo ciertas cositas asquerosas en plenitud de sus facultades mentales.

Los estragos

Una hora más tarde, en el barrio 12 de Octubre, cerca de donde mataron a Valdespino, varios jóvenes se encontraban entregados a la celebración, con una corneta del equipo de sonido en la puerta y el rumbón armado dentro de la casa, cuando vieron a dos patrullas de la Policía de Baruta detenerse afuera, en la calle. Varios agentes bajaron, sacaron de la casa a varios de los muchachos empeñados en seguir bailando y le metieron una ración de plomo al equipo de sonido; adiós música, todo el mundo contra la pared y no me mires a la cara porque el Niño Jesús no me trajo nada y ando medio arrecho.

Cuatro de los jóvenes intentaron preguntar cuál era el motivo del abuso y como recompensa los golpearon sin dar explicaciones. A seis más los metieron a la fuerza en las patrullas y se los llevaron detenidos. Una señora se asomó en un balcón para ver de dónde venía toda esa bulla y los policías le dispararon una ráfaga de plomo que por fortuna no la hirió, pero pueden estar seguros de que esa doña no va a asomarse más nunca en un balcón por el resto de sus días.

Más arriba, en el mismo barrio, otra unidad de esa misma policía interceptó al señor Samuel Quintero en la puerta de su casa, y como éste no respondió a la voz de alto en una fracción de segundo, le zamparon un tiro en la pierna derecha. Barrio 19 de Abril: una unidad de Poli Baruta abordó a un ciudadano llamado Nicolás Cáceres, le pidieron sus documentos, y como no les gustó la cara que tenía ese señor en la cédula, le dieron varios cachazos en la cabeza y en el rostro. Ahora, para verlo de cerca es recomendable tener unos lentes tridimensionales, porque de otra forma no se sabe cuáles son los dientes y cuál es la oreja izquierda en esa cara deforme. Quienes presenciaron esta demostración pública de cirugía plástica intentaron socorrer al caído, pero los funcionarios policiales amenazaron a los vecinos con darle más de lo mismo al que se metiera.

Barrio 24 de Julio: un transeúnte escuchó y acató la voz de alto, pero de todas formas le dieron una golpiza, le fracturaron el brazo derecho y además le desaparecieron la cartera y el celular. En el mismo barrio hay una muchacha llamada Raquel Peraza que no puede retener alimento alguno en el estómago porque enseguida vomita, y ella sospecha que el trastorno a lo mejor -quizás, tal vez, posiblemente, puede ser- se debe a los patadones que le dieron los uniformados a pocos metros de su casa. Y un joven de 16 años a quien le dieron tres culatazos en la boca y que, a raíz de ello, no puede pronunciar la palabra "socioestructuralizado" sin que los colmillos le cercenen la lengua y las muelas se aplasten entre sí con un sonido siniestro.

La parte sabrosa: unas declaraciones

Durante la misa del 25 de diciembre, a eso de las 11 de la mañana, fue cuando éstas y otras personas descubrieron que sus navidades habían tenido algo en común, y que todas tenían en alguna parte el sellito de Poli Baruta. Vicente Páez, aquel salesiano amigo del agente policial muerto, ha recopilado, puesto en orden y colocado en su sitio todas las denuncias; en total son 44 personas maltratadas, sólo porque en la madrugada del 25 de diciembre estaban más o menos cerca de donde asesinaron al buen Wilmer.

Pero no crean que la policía de Baruta perdió eficacia a causa de lo anterior. Nada de eso. Luego de un arduo, pesado y penoso trabajo de inteligencia, ubicaron al asesino de Wilmer Valdespino en una clínica de La Urbina, con una herida de bala. Gran vaina. Cualquier discapacitado mental lo hubiera hecho también, con un par de llamadas telefónicas y sin necesidad de causar tantos desastres en el cuerpo y la moral de tanta gente.

Después de esto la Policía de Baruta ha debido enfrentar serias críticas, entre ellas las de sus colegas de Poli Sucre, quienes les han exigido que se mantengan bien lejos, allá en su jurisdicción. Ellos, a su vez, se han defendido. Y lo han hecho a través de unas declaraciones que causarían mucha risa si estuviéramos en otro contexto, y si no provinieran de los labios de Alfredo Sáez Conde, director de la Policía de Baruta.

En primer lugar, dijo que a los funcionarios que fueron a Petare los recibieron a disparos. A él le consta, ya que los escuchó a través del radio transmisor de un agente que lo llamó temblando para pedirle permiso para actuar. Hágame el favor: el 25 de diciembre a las 2 de la madrugada alguien escucha unos tiros a través de la radio y ya, listo, determina que esos son disparos efectuados por una pistola calibre 9 milímetros, marca Glöck, y no las detonaciones de los miles de triqui traquis y cohetones que se supone revientan en las Navidades. Luego dijo -palabras textuales-: "En esos barrios (se refiere a Petare) hasta en las familias más honestas hay uno o dos malandros".

Es decir, que si usted vive en Petare y no tiene un familiar medio choro no se desanime, busque bien, porque Sáez Conde ha determinado que por allí debe tener alguno escondido. Dijo también: "Los mismos vecinos protegen a los delincuentes". Pues resulta que, según la nómina de personal de la Policía de Baruta -datos de octubre de 1997- 38% de los agentes de ese cuerpo residen en Petare. Y entre ellos estaba Wilmer Valdespino, el policía muerto el 25 de diciembre. Analicen la cuestión, funcionarios de Poli Baruta, y díganme si no está ofendiéndolos a ustedes y al difunto su propio director, a quien habría que recomendarle: si Petare es la cuna de la corrupción, pues búsquese sus agentes en otros lugares de la ciudad. ¿En Chacao, por ejemplo?

Y en cuanto a usted, corrupto lector petareño, márchese de allí, acostúmbrese a la idea o jódase: vivir en Petare equivale a ser cómplice de docenas de crímenes de todo tenor. Lo dijo Sáez Conde. Qué le vamos a hacer. Y sigue sonándome muy familiar ese apellido.
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En El Nacional, el 31 de diciemre de 1997