mayo 15, 2006

De Medicina a la morgue con récipe policial

Los amigos de Roger Gonzalo Padrón (29 años) lo describen como un muchacho silencioso y taciturno. Tenía varias razones para poseer ése y no otro temperamento: era de San Cristóbal, y ya se sabe que los andinos son por naturaleza retraídos (o por lo menos eso dice uno, hasta que se tropieza con la biografía de Juan Vicente Gómez y entonces el mito queda derrumbado y roto en ese piso). Además, había decidido instalarse en la señorial Valencia, ciudad industrial, ciudad grande, ciudad llena de ajetreos, inficiones y magallaneros. Repasen la escena: Roger, silencioso; Valencia, grande y ruidosa. Y aquella mamazón, mi hermano.

Sin embargo, el joven no se fue a la capital de Carabobo vacío de ideas ni en plan aventurero: si decidió establecerse allí, fue porque había una posibilidad de ingresar a la escuela de Medicina de la Universidad de Carabobo, oportunidad a la cual el muchacho atrapó por el cuello y no soltó jamás hasta ver concretada su aspiración inicial, que no era otra sino comenzar a estudiar esa carrera que, exigente y todo, era la que le gustaba. Así que se entregó al estudio, con el mayor entusiasmo, y aprobó el primer año de la carrera mientras, como todo hombre humilde que ha entendido que la vida es un asunto de piedras y subidas, antes que de flores y cosquillitas, se rebuscaba por allí en trabajos eventuales, hasta que consiguió un chance nada despreciable como vigilante en un night club llamado ``Dimensión''. Entre tanto, ocupó una habitación discreta y económica, como todo estudiante que está fuera de su ciudad natal, pero demasiado cara teniendo en cuenta su situación económica.

De manera que allí lo tenemos, estudiando Medicina, viendo en la universidad y en el night club más mujeres hermosas que en toda su santa vida (no hay comparación: las andinas tienen unos hermosos cachetes sonrosados, pero hasta ahí, socio, hasta ahí; nada que le plantee seria competencia a las valencianas), lleno de aspiraciones, y tan silencioso como siempre. Y aquella mamazón, mi hermano.

Al comenzar el pasado año lectivo, el segundo de su carrera, Roger dio con un empleo más estable (de vigilante en la empresa Servinca), que le proporcionaba varias ventajas fundamentales. Primero, una entrada extra de dinero; segundo, el régimen le permitía seguir estudiando y continuar su trabajo en el night club; tercero, de entrada fue asignado a una compañía llamada Primaflex, para cuidar durante las noches su sede -ubicada en la zona Industrial de San Diego, al sur de Valencia-, de modo que ya no tenía que pagar la residencia: al cabo de pocas semanas, el dueño del negocio le permitió llevarse al sitio una neverita, y asunto resuelto. Permanecer allí en las noches, y en la mañana irse a la universidad, y de paso ahorrarse la plata del alojamiento: no suena mal el negocio. Fin de aquella mamazón, mi hermano.

Pero siempre hay gente dispuesta a acabar con los mejores proyectos de vida, con las más humanas ambiciones. Por muy terrestres y humildes que éstas sean.

Desaparecer, aparecer

El día martes 10 de febrero, los diarios de Valencia dieron cuenta de una noticia de ésas a las que ya se están acostumbrando los carabobeños: un hombre no identificado había sido muerto a tiros en un enfrentamiento con la policía del estado Carabobo, al ser sorprendido mientras intentaba entrar en una empresa de productos químicos en San Diego. Sí, ya lo sabemos: ese supuesto delincuente muerto no era otro que Roger Gonzalo Padrón, pero sus familiares debieron hacer malabares y padecer un par de vejaciones de las gruesas antes de dar con su paradero.

Thaís Padrón, una hermana de Roger, cuenta que el domingo 8 de febrero el joven fue a trabajar, como de costumbre, en la noche. A las 12 en punto, el supervisor de la compañía de vigilancia pasó por allí para el control de rutina, conversó con Roger y se marchó. Luego, el lunes 9, un empleado de Primaflex llegó a la compañía a las 5 de la mañana y no encontró quien le abriera; ya Roger no estaba. El empleado llamó a la compañía Servinca, para reportar la novedad, y tras una breve inspección se descubrió que dentro de la sede de Primaflex estaban todos los bienes del muchacho -su cartera, su dinero, unas llaves, el uniforme de vigilante y el revólver de reglamento-, pero no las llaves de la empresa.

Para reflexionar: Roger Padrón desapareció, se llevó las llaves del lugar donde trabajaba, y la compañía de vigilancia no formuló denuncia alguna ante los cuerpos policiales, ni reportó el abandono del trabajo ni la ausencia del muchacho. Simplemente, aceptaron como natural el hecho de que el joven se hubiera ido. Quizá la nevera que dejó les pareció una buena garantía.

Tras varios días de búsqueda, los familiares de Roger decidieron acudir al último lugar donde hubieran querido encontrarlo, la morgue. El 25 de febrero, luego de mucho negar que el cuerpo del muchacho estuviera en ese lugar, la PTJ cita a los familiares para que reconozcan un cuerpo que coincide lejanamente con la descripción que ellos habían dejado. Pero antes les habían mostrado otro cuerpo, el de un muchacho hallado en unas bolsas de basura en una autopista. Nunca les habían mostrado ni dado noticias de aquel muchacho que presentaba dos heridas de bala, y que, en efecto, resultó ser el estudiante-vigilante.

-Bueno, ¿y desde cuándo lo tienen aquí?

-Desde el 9 de febrero.

-Pero él estaba reportado como desaparecido desde el 13. ¿Por qué no nos habían avisado?

-¿Qué? ¿Ah? Eh... Espérese un momento. ­Federico! ¿A qué hora vas a bajar a comprar el café?

Por dónde empezamos

El cuadro ya lo completaron ustedes mentalmente. Ya sabemos de la acuciocidad de nuestros lectores. El joven Padrón no tenía antecedentes ni entradas policiales, lo cual por sí solo comienza a desbaratar la historia de su intento de robar una compañía muy cerca de su más reciente trabajo, y también lo del enfrentamiento con la policía. Hay otras evidencias que obligan a -por lo menos- sospechar de esta especie: el informe del médico forense indica que el cuerpo de Roger presentó dos disparos. Uno de ellos lo alcanzó en el antebrazo derecho, lo cual lo habría dejarlo incapacitado para disparar, en caso de que estuviera armado. El segundo disparo, el mortal, lo alcanzó en el pecho.

Y un detalle circunstancial, pero imposible de apartar a un lado. El lugar donde fue abaleado el estudiante queda a unos 300 metros de un módulo de Coman-poli, la policía municipal, un cuerpo que, como parece ser natural que ocurra en estos días, ejerce tales niveles de autonomía que tiene conflictos de jurisdicción con la policía del estado, y se ha enfrentado por esta causa con el propio gobernador regional. Extraña, por lo tanto, que una comisión de la policía estadal haya penetrado en sus territorios y dado muerte a un ciudadano aplicado a la tarea de entrar donde no le convenía.

¿Lo decimos en nuestro idioma, para entendernos? Bueno: qué casualidad, mi hermano. Yo nunca me meto en la casa de Pedro, y Juan tampoco, porque es su enemigo. Ah, pero el 9 de febrero a mí se me ocurre entrar en la casa de Pedro y justo ese día Juan decide hacer lo mismo. Fin de mundo. Tantas casualidades y tantos olvidos oficiales, en tan poco tiempo, son como para inquietarse un poco.

En lo que respecta a la investigación y la polvareda que se avecina en la cordial Valencia, Thaís Padrón, hermana de Roger, acaba de introducir en la Fiscalía la respectiva solicitud de averiguación de nudo hecho. Antes de eso, estuvo investigando en la compañía donde su hermano cumplía sus guardias, y según su testimonio, al hablar con el dueño del negocio, éste tartamudeó que era una maravilla, antes de proporcionar unos detalles más contradictorios que las preferencias sexuales de Michael Jackson: que Roger se llevó las llaves de la compañía, pero no se las llevó; que las cosas de Roger las encontraron regadas en el piso el día de su desaparición. También fue Thaís a la Escuela de Medicina de la UC, donde se topó con alguien que le confesó haber visto a su hermano el día 13 de febrero. Demasiadas vertientes por donde comenzar a llegarle a la verdad, nos parece.

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