noviembre 24, 2005

Para capturar al fantasma

El accidente ocurrió el 31 de diciembre de 1997, a las 9 de la noche, en la avenida Casanova de Sabana Grande. Un carrito pequeño, año 96 —no vamos a nombrar la marca ni el modelo porque no queremos problemas con los fabricantes de la Ford— venía bajando por la calle El Recreo y se disponía a cruzar hacia la Casanova, cuando de pronto por esta avenida apareció un Malibú, color marrón, año 77, ignoró la luz roja del semáforo y se clavó durísimo contra la puerta izquierda del Ford Festiva blanco. El resultado es de imaginarse: mientras al Malibú apenas se le removió un poco de barro seco del guardafango y se le estremecieron las telarañas dentro de la maletera, el otro carrito quedó desmigajado en mitad de la calle, cual promontorio de corn flakes sin esperanzas de redención.
Es preciso que, antes de continuar, los lectores tengan muy clara en la mente la imagen del escenario: carrito noventoso vuelto leña, con dos damas heridas dentro de él; Malibú setentoso entero, aunque apagado debido al daño que sufrió el radiador, con su conductor ileso pero tan desconcertado como Pedro el día que Jesús le informó lo de las tres negaciones y el canto del gallo; detrás del carrito de las damas, un jeep conducido por un sargento técnico de la GN, amigo de ellas; alrededor, un grupo de curiosos que comenzaron a arremolinarse; y, a veinte metros del lugar, un funcionario de la DIM que se aproximaba en una moto. Es todo. No más derroche de espacio en esta página. La escena está servida.

Duro de atrapar

El conductor del Malibú se bajó del vehículo, asustado, e hizo lo que cualquier ser sensible, humano y responsable haría en una situación como ésa: miró hacia un lado, miró hacia el otro y no vio a nadie, y a la carrera pero sin ruido cruzó la calle, en dirección hacia el Centro Comercial Cedíaz. Entonces intervino Johnny Fernández, sargento técnico de la Guardia, que como hemos dicho venía detrás de las damas en un jeep, y le ordenó al caballero del Malibú detenerse. El hombre volteó, se sacó de la cintura un pistolón con mira infrarroja y le disparó dos candelazos a Fernández. Revuelo general, todo el mundo a su guarida, las mujeres y los hombres flojos a gritar y a desmayarse, Johnny Fernández a buscar su arma de reglamento y Deivy Andrade, funcionario de la DIM, a entrar también en acción.
El tipo del Malibú continuó corriendo, pero de pronto se fijó que tenía a unos seis u ocho hombres corriendo detrás de él y reinició la huida. Deivy Andrade le dio alcance con su moto, pero el sujeto volvió a echar mano de su poderoso cañón y le disparó, dejándole de recuerdo un hueco a la moto del funcionario. Pero nada, por más que sea era 31 de diciembre y las cosas no estaban como para huir toda la santa noche, así que a escasos metros de la esquina siguiente se detuvo, entregó el arma, se dejó esposar y acompañó a Fernández y a Andrade de regreso hacia el lugar del accidente.
Una vez en el sitio del encontronazo, Johnny Fernández acudió a socorrer a las mujeres, dos hermanas que responden a los nombres de Marjorie Josefina Blanco y Eglée Yully Blanco, y que estaban atrapadas dentro de lo que quedó del carrito en que viajaban. Había allí tres patrullas de la Metropolitana, identificadas con los números 6240, 6241 y 6340. Entonces se produjo un episodio conmovedor: los curiosos que presenciaron los hechos intentaron agredir al conductor del Malibú, y éste, para protegerse, corrió directo hacia la unidad número 6240, primero encanado que linchado, zape; Deivy Andrade le entregó a los funcionarios de esa patrulla, uno llamado José Camacho y otro de apellido Correa, la pistola del agresor, y se despidió del evento y sus animadores, por ahora.
Entretanto, los bomberos hicieron acto de presencia en el lugar, con el teniente Gerardo Rojas al mando, y fueron ellos quienes rescataron a Marjorie y a Eglée del vehículo, para llevarlas a la Policlínica Santiago de León. Un poco más tarde, cuando ya las mujeres habían sido trasladadas, Johnny Fernández le preguntó al agente que comandaba al grupo de la PM, sargento Serrano, cuál era el nombre del detenido. Este le respondió que se trataba de Evaristo José Rodríguez, cédula venezolana número 3.378.692, lo cual no encajaba del todo bien, pues cada vez que ese señor hablaba se le salía un acento portugués que pasaba tan desapercibido como una top model en una celda del retén de La Planta. Pero bueno, había un hombre detenido y muchas cosas por hacer en la clínica; los esposos de Marjorie y Eglée fueron avisados del accidente y ambos acudieron, raudos, a recibir el año en la tristeza de un recinto hospitalario, a la salida de un pabellón. Marjorie Blanco resultó con desprendimiento de la pelvis, rompimiento de la vejiga, fractura de las costillas, el hombro derecho y los brazos, y separación de la mandíbula, y salió de la clínica el 6 de enero; A Eglée le fue peor, pues además de las múltiples contusiones en el cuerpo sufrió lesiones en el cerebro, debido a lo cual estuvo 16 días en coma. Fue trasladada al Clínico Universitario donde todavía permanece inconsciente; está delicada y necesita tratamiento neurofisiológico. El asunto sigue.

Año nuevo, nombre nuevo

Quedamos en que hay un Evaristo José Rodríguez preso por la PM, guardianes del orden, la seguridad y el decoro en estas calles corrompidas de la ciudad capital. Pedro Rosal, esposo de Marjorie, fue el primero de enero a la Comisaría de la Metro en Quebrada Honda, donde se suponía estaba detenido el tipo, y adivinen qué. Adivinaron: el tal Evaristo no se encontraba allí, y un agente aseguró que Serrano, aquel sargento que comandaba las patrullas, tenía un informe según el cual el detenido se había escapado. Fin de mundo. Rosal corrió al Destacamento 62, al lado de La Previsora, para hablar con Serrano. Volvieron a adivinar: había cero detenidos según el sargento. Sólo que había un par de testigos claves de la entrega del agresor, nada menos que aquel Guardia Nacional y aquel DIM. Nada qué hacer. Serrano tuvo en sus jaulas a un hombre que hirió a dos mujeres y disparó sabroso contra dos funcionarios, y ahora no tenía a nadie. Cero Evaristo, cero pistola infrarroja, cero responsable del choque.
Pero ocurre que Pedro Rosal tiene más contactos que la Cándida Eréndira, así que en pocos días le fue fácil averiguar en la PTJ y en otros entes algunas cosas inquietantes. Una: la placa del Malibú aplastacarritos (MAW-544) está registrada a nombre de Alvaro Dos Santos Da Silva, con lo que queda aclarado el misterio del acento lusitano. Dos: este hombre es dueño de un local de pool y billares ubicado en la calle Villaflor —a dos cuadras del accidente— y denominado Sunny, lo cual quiere decir que a este caballero tiene tanto dinero como bolas. Tres: a este local asisten con mucha frecuencia los Metropolitanos adscritos al Destacamento de La Previsora, quienes estuvieron muy activos mandando a callar a algunas bocas por allí después de soltar al portu, nadie sabe a cambio de qué ni por medio de qué artes. ¿Cómo lo sabes? Muy fácil: lo dijo Deivy Andrade, aquel funcionario de la DIM que participó en la persecución del primer día. Los PM cometieron la estupidez de tratar de amedrentarlo y él se lo soltó primero a Pedro Rosal, y después a la Fiscalía, a la PTJ, a la PM y a cuanta entidad ha solicitado su testimonio. Cuatro: según consta en las oficinas de la línea aérea TAP —Transporte Aéreo Portugués—, Dos Santos se marchó el 3 de enero, en el vuelo 354, para Oporto, allá en Portugal.
Trasladémonos unos días atrás, hasta el primero de enero. Una mujer llamada Fátima de Dos Santos se presentó en el módulo de la PTJ de El Rosal para contar una historia muy triste: el Malibú de su hermano Alvaro Dos Santos había sido robado. ¿Cuándo? En diciembre. ¿Y ahora es cuando va a denunciar? Es que estábamos buscando por nuestra cuenta. Yo lo estacioné frente a la casa y se lo llevaron. ¿Dónde está su hermano? En Portugal. Se fue los primeros días de diciembre. ¿Usted cargaba el carro? No, yo no sé manejar. ¿Y no dijo que lo había estacionado frente a la casa? En fin, la mujer se volvió un sancocho de lágrimas y dejó que un hombre se encargara de las cosas.
El hombre en quien la buena de Fátima y los suyos delegaron la responsabilidad de intentar un arreglo por otros medios fue el abogado de la familia. El 5 de enero, este caballero se comunicó con Pedro Rosal para iniciar conversaciones. Uno y otro se dijeron mutuamente lo que pensaban y se citaron para el día siguiente. Rosal acudió a la cita acompañado por una mujer a quien presentó como una amiga, pero que en realidad era una fiscal del Ministerio Público para que escuchara con atención, por si acaso. Lo que escuchó no fue nada extraordinario: el abogado le ofreció a la familia de las mujeres agraviadas 3 millones de bolívares, cantidad que, en opinión de los familiares de éstas, no alcanza ni siquiera para pagar el algodón y las gasas que necesitan para cubrir sus heridas. Parece que fue la mejor oferta que pudo hacer el abogado, y parece ser la mejor intención que tienen los Dos Santos para borrar las huellas dejadas del 31 de diciembre.
¿Tiene esto una conclusión? Todavía no. Sólo hay material para una larga continuación: hay alguien que debería responder por dos damas que están en delicado estado físico y que debería responderle a la justicia, pero ese alguien está fuera del país. Y ese alguien estuvo alguna vez detenido, en poder de la PM. ¿Se fugó? ¿Lo fugaron?
La División de Inteligencia de la PM tiene cómo averiguarlo. Y lo hará. Por supuesto que lo hará.
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Lo publiqué en El Nacional en enero de 1998. Mismo título.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ola me llamo doris tengo 15 años y veo fantasmas y no se ke hacer

Anónimo dijo...

Algrate de verlos, por lo menos no eres ciegas, solo estas loca