mayo 15, 2005

Tan difícil como el diferendo

Tal como suele ocurrirle a cualquier muchacho de su edad (17 años), Jaime León Hinojosa Acosta se pasó la adolescencia reflexionando en torno a las múltiples posibilidades que ofrece el sistema educativo venezolano. En otras palabras, no tuvo que pensarlo mucho: mejor se dedicaba a arreglar sus asuntos pendientes y a esperar la primera oportunidad para marcharse del país, en lugar de estar gastando neuronas en averiguar qué demonios iba a estudiar mientras los demás se dedicaban a lo suyo, que consistía —siempre ha consistido, desde que el hombre es lo que es— en gozarse la vida y llenar el currículum de amores tempranos. Así, pues, tenemos a un Jaime buen estudiante, muy preocupado por el futuro y por todo lo que ello implica, pero no tanto como para dejar de apuntarle y dispararle a cuanto mogote con faldas despuntara por esas avenidas de la capital.
El muchacho vivía en el centro de Caracas, estudiaba en el liceo Teresa Carreño, cerca de la avenida Baralt, y salía a vacilar por toda la ciudad, jugaba basquet cuando le provocaba, se tomaba unas cervezas. ¿Militancias o simpatías políticas? Ninguna. De los jóvenes de acá se ha dicho, estadísticas en mano —y se comenta a veces con tono de reproche y otras como algo de lo más normal— que cada vez están menos inclinados a participar en organizaciones políticas. Así que, en vista de lo anterior, hay que concluir que Jaime Hinojosa era un tipo normal. Entonces, ¿qué sentido tiene esta presentación, si a fin de cuentas sólo estamos hablando de un joven como cualquier otro?
Justamente: cuesta trabajo explicarse por qué razón un joven sin compromisos grupales es desaparecido un mal día en la convulsionada Colombia, sin que se sepa quiénes son sus captores, y más trabajo aún cuesta entender cómo es que el gobierno venezolano no ha movido media uña del dedo meñique para indagar por su paradero.

La caja y el acordeón

En 1994, al culminar el noveno grado, se le presentó la oportunidad esperada. Tras una breve conversación con sus padres, Jaime evaluó y aceptó el reto que se le planteaba: culminar sus estudios de bachillerato en Valledupar, en el corazón del Cesar, república de Colombia, y entrarle de lleno a la carrera de Ingeniería, que de aquel lado de la cordillera tiene bastante auge y campo de acción. Si hay dudas al respecto, observen el verdor de la sierra de Perijá, del lado venezolano, y compárenlo con el gigantesco peladero que se nota en la vertiente occidental de esa misma montaña, por causa de la intensa explotación minera.
No fue azarosa la escogencia de Valledupar como nuevo lugar de residencia del muchacho. De allí es su padre, Jaime Hinojosa Daza, quien además es primo de una leyenda de la música vallenata: Diomedes Díaz, nombrado “El Cacique de La Junta” por lo ancho del Caribe. Así que el joven no sólo estaba cambiando un país por otro y unas amistades por amistades nuevas, sino también a la changa y el merengue mierdero que se escucha acá por lo mejorcito que se le puede sacar a la caja y el acordeón.
Se instaló en la zona residencial de Novalito, una urbanización exclusiva de la localidad, y comenzó a estudiar en el colegio Loperena, donde remató en su mejor estilo los dos años restantes del bachillerato. El seis de diciembre de 1996 era la fecha indicada para celebrar la graduación de Jaime y su promoción. Por los méritos obtenidos y por su personalidad, fue seleccionado como el bachiller que daría el discurso en nombre de los estudiantes. Pero dos días antes tenían que atravesarse los peores fantasmas, y se atravesaron.
Salir a pasear en Caracas es peligroso por el asunto del hampa; en Valledupar el hampa ha tenido que replegarse hasta casi desaparecer, debido a problemas mayores. Nada de esto le pasó ni tenía que pasarle por la mente a Jaime León Hinojosa, a quien el espíritu fiestero lo había acompañado hasta más allá de la frontera. El cuatro de diciembre cazó una cita con una chica llamada Yuranis Rodríguez y con otro joven, Iván Martínez Villero.
No habían recorrido 200 metros cuando un vehículo rústico de lujo los interceptó; de él bajaron unos tipos armados con unos artefactos de feria, los encañonaron, apartaron a la muchacha y se llevaron a los dos varones. Los muchachos no aparecieron al día siguiente, tampoco el seis de diciembre, día de la graduación. Los estudiantes del colegio Loperena suspendieron el acto de grado en protesta por la escalada de violencia; en esos días ya era imposible determinar cuándo los agresores pertenecen a la guerrilla y cuándo a los grupos paramilitares, al gobierno o el narcotráfico

La búsqueda

El proceso de rastreo, ya no de los jóvenes, sino de noticias suyas, ha resultado más complicado que el tema del diferendo. Y vaya que han rastreado por todos los medios posibles los padres de Jaime. Su progenitor, Jaime Hinojosa Daza, se ha entrevistado incluso con portavoces de las FARC, quienes le han asegurado que el muchacho no está ni estuvo en poder de la guerrilla. En los cuerpos de seguridad le han dado vagas pistas: por el tipo de vehículo que conducían los raptores, por la zona en que actuaron y por las características del procedimiento, todo indica que se trata de algún escuadrón paramilitar.
Ultimos movimientos: Hinojosa le ha enviado cartas al Ministerio de Relaciones Exteriores, al propio presidente de la República, a los organismos venezolanos que, se supone, deben interceder por los compatriotas, por sus bienes y sus vidas. ¿Ustedes han recibido alguna vez una llamada, o aunque sea una carta del gobierno para ayudarle con algún problema? Bueno, consuélense, Jaime Hinojosa —padre e hijo— tampoco, ni en el cielo ni en la tierra.
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El Nacional, noviembre de 1998. Apareció con el mismo título

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