abril 16, 2005

Vidas no tan paralelas

Darwin Amílcar Sánchez, de 18 años de edad, era uno de esos muchachos lacónicos a quienes hay que sacudir de vez en cuando para que reaccionen: Despierta, hijo, estamos cruzando una avenida. Todo un caso de temperamento taciturno. Habitaba en Maracay, en el barrio Fuerza Aérea, por lo cual parecía un poco paradójico que no fuera un avión, como suelen serlo los jóvenes que han crecido en barriadas más o menos duras. Línderson Alexander Vielma (24 años), en cambio, vivía en el barrio Bolívar, allá mismo en la capital de Aragua, y ya desde los 12 años estaba claro que no había nacido para aguantarle una mirada fea a nadie. Muchacho hiperactivo, muchacho sobreestimulado, muchacho con las pilas en su lugar, trató de entender que es mejor estar del lado de los buenos, pero le costó un poco; al final decidió que estar del lado de los malos no era tan constructivo pero sí era bien sabroso, y en ese lado fue cayendo poco a poco. Pero para eso falta todavía un buen tramo de la historia.
Darwin Sánchez avanzó en sus estudios hasta donde pudo, esto es, hasta los primeros años del bachillerato; de repente, la ya conocida agilidad de su alma se le contagió a todo el conjunto (al cuerpo, al espíritu, al esqueleto; a las ganas, pues), y de pronto su familia decidió, por eso mismo y también porque la situación en la casa apretaba fuerte, que no era mala idea que el Darwin atendiera un puesto de venta de víveres en el mercado de mayoristas, y así se cumplió. Línderson Vielma, por su parte, parece que alguna vez supo lo que era un cuaderno, un lápiz y un libro, pero esa vidita le pareció demasiado desprovista de situaciones extremas, las que a él le daban nota, y decidió que en la calle, mi hermano, estaba el sabor.
Darwin creció entre vendedores y respaldado por una familia que no aspiraba a que el muchacho llegara a ser millonario; es decir, jamás le exigió que debía hacerse diputado, o galán de televisión, o dueño de un taller mecánico, pero sí le explicaron muy bien que el pan que mejor sabe es el que uno obtiene con el sudor de la frente (aunque si uno lo obtiene con mantequilla, sabe un poco mejor). Línderson quizá también recibió instrucciones al respecto, pero que va, socio, hay esfuerzos que se pierden. Antes de empezar a salirle el vello debajo del mentón ya andaba inventando cositas malas en compañía de dos muchachos casi tan simpáticos como sus respectivos apodos: Pabembúa y Merrecuque. A él mismo le calzaron un alias que completaba la musical combinación: Perolón. Oye qué rico suena: Perolón, Merrecuque y Pabembúa. Canción siniestra e inolvidable para los habitantes de Maracay.
El drama de las versiones
Faltan aún un par de detalles para completar los retratos: Darwin había tenido algunas noviecitas, cómo no, la timidez tampoco era tanta como para sentenciarlo a una vida pajiza y solitaria; hace un año encontró la forma de coronar con una querencia más sólida que las otras, se casó en íntima y sencilla ceremonia y se instaló a vivir con su pareja en el mencionado barrio Fuerza Aérea de Santa Rita. La venta de alimentos no hace millonario pero sirve para levantar un hogar. Seguro que sí, todavía se puede, aunque es más difícil que enamorar a una estudiante de Derecho con las canciones de Ricardo Arjona.
Por su parte, Línderson Perolón Vielma también había tenido su historial amoroso más o menos intenso, o mejor dicho, bárbaramente más intenso que el de Darwin. Poco tiempo ha, tuvo unos encuentros decisivos con su amada y le zampó un par de morochos que hoy en día andan por ahí, creciendo, jugando, dándole un vistazo al mundo.
Mientras él se dedicaba a procrear, a Pabembúa lo liquidaron a tiros unos malandros -en diciembre del 98-, y Merrecuque se dejó atrapar en una mala jugada y está preso en Tocuyito. Desde hacía meses, Línderson se encontraba bajo régimen de presentación en el tribunal Séptimo Penal de Aragua; esto es, andaba libre pero debía presentarse regularmente para que un juez le viera la cara y lo dejara ir dos horas después. Esto, en la terminología legal, significa que para la justicia no es la peor bestia de los pantanos, pero es bueno vigilarlo de cerca, no se vaya a resbalar en un barrial de ésos y termine peor que otros tipos más peligrosos.
El 11 de febrero de este año, dos noticias simultáneas adornaron las páginas rojas de la prensa local: un par de choros, ratas irrecuperables del rebaño de Dios, habían sido muertos a balazos en enfrentamientos con la Policía Estadal. Los nombres de estos delincuentes muertos en combate eran, por supuesto, Línderson Vielma, alias Perolón, y Darwin Amílcar Sánchez, sin alias ni nada.
Lo de Perolón fue reseñado así: andaba en una moto robada por los lados del puente de Paraparal, vio aproximarse a una patrulla y la atacó a tiros. Dice el parte policial que la patrulla fue alcanzada por cinco proyectiles, y uno de los funcionarios "se desmayó"; no se ha podido averiguar si el desmayo le sobrevino por un impacto de bala u otra razón, pero eso es lo que dijo la policía. Los agentes respondieron al ataque y Línderson cayó con tres balas en el cuerpo. Los policías se lo llevaron desesperadamente al hospital de La Ovallera, pero falleció en el camino.
Capítulo Darwin Sánchez: una comisión policial tocó a la puerta de su casa, él les abrió; los funcionarios se lo llevaron en una patrulla, y una hora más tarde, un vecino le hizo a sus padres el favor de avisarles que Darwin estaba muerto en un centro ambulatorio. La madre de Darwin fue con otro vecino hasta el Comando donde se supone se generó la orden de capturar al muchacho -vaya usted a adivinar por qué maldito y recóndito motivo-, y como resultado de su diligencia por poco dejan detenido al acompañante. Más tarde, en un ataque de cordura, alguien se dignó llevarlos a donde estaba el cadáver del joven, y allí estaba, perforado con seis disparos en el cuerpo.
Al cierre, con Línderson: la mamá del muchacho reconoció, en un gesto gallardo pero desesperado, que su muchacho no era ningún lindo gatito, pero juró por el Dios del cielo que aquel ataque contra la patrulla fue pura fábula. Que a Línderson lo metieron a la fuerza en una patrulla mientras llamaba por un teléfono público, y horas después apareció acribillado a balazos.Nada que hacer. En esa raya exacta que separa lo verdadero de lo falso, existe todavía una franja, que es la de las versiones. Una franja que, como la raya amarilla del metro, uno puede respetarla o ignorarla con un salivazo, si así lo prefiere. Pase lo que pase.
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El Nacional, febrero de 1999. Publicada con el mismo título.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Historias como esas abundan en las páginas de sucesos, lástima que la explicación de sus vidas haya que encontrarla en un blog o en el frío informe de denuncias que levanta Provea cada año. Sin ánimos de revolución ni nada de por medio...