abril 26, 2005

Un pequeño error

Viernes 4 de julio, 5 am

Movilización policial más intensa que de costumbre en el Tercer Plan de La Silsa. Por allí suelen producirse enfrentamientos más o menos serios por el inacabable asunto de la droga, las malas mañas, la necesidad de algunos de dárselas de guapos. Y cuando estas cosas ocurren no es extraño que un proyectil fuera de cauce equivoque las señas del destinatario y entonces ¡Pao!, allá cayó un inocente. Así que, a pesar de la bulla y la incomodidad de tener que interrumpir el sueño tan temprano, a veces es hasta bienvenido un operativo de estos de vez en cuando. Nada que decir sobre la mística policial; para eso les pagan.
Los miembros de la familia Rondón sienten el galope tendido de la autoridad en el callejón Ricaurte, que es a donde da la entrada de su vivienda. De pronto escuchan un ruido de fábula allí mismo en su propia reja: alguien da unos golpes, después se siente un ruido bestial de metales que ceden y luego un desmigajarse de la pared cuando la reja que protege la casa es arrancada de cuajo. El señor Teófilo Rondón sale a ver de dónde viene tanto agite, y se encuentra con varios hombres uniformados que, cordialmente, le piden permiso para entrar a la vivienda. Uno de ellos sostiene la reja de la entrada en la mano, pero enseguida la arroja hacia un lado y, junto con varios colegas más, irrumpe en la casa sin esperar la autorización de Rondón. Qué más salvoconducto que ese poco de fusiles, pistolas y adrenalina fluyendo cuerpo adentro. Dos de ellos arrastran a un sujeto que, cosa extraña, va encapuchado. Le preguntan: “¿Aquí es la cosa?”, y él responde: “Sí, aquí es”.

5:10 am

Varios de aquellos hombres, identificados luego por la familia Rondón como funcionarios del Grupo BAE –por el emblema que llevaban al hombro– registran un par de habitaciones en la planta baja de la casa y luego suben hacia el segundo nivel, donde está el cuarto de José Gregorio Rondón, un muchacho recién dado de baja de la Policía Militar. De los otros funcionarios, unos custodian el cuarto al que ha sido llevada la familia –el padre, la madre y la hija, de nombre Ana Rosa– y los demás esperan en la sala y en la entrada. Desde arriba llega un diálogo un poco aparatoso:
–Ah, tú eres la rata.
–Ya va, señor agente, mire mis documentos, yo soy reservista.
–Ah, tú eres reservista.
Y enseguida un ruido de golpes y patadas, los gritos de José Gregorio. La madre del muchacho, señora Margarita, intenta salir del cuarto para intervenir en la cuestión y uno de los agentes la devuelve a la cama con una cachetada de esas que duelen, sobre todo a las cinco de la mañana y con un hijo en problemas. El encapuchado, el tipo a quien le han preguntado cosas antes de actuar, dice entonces: “Miren, mejor métanme en la patrulla porque me van a rayar”. No ha terminado de pedirles este favor cuando, desde arriba, llega la conmoción nítida de una descarga de disparos. Plomo cerrado en casa de los Rondón; abajo, los otros siguen sin dejar salir a los familiares, cuyos nervios ya han hecho crisis. Un poco para tranquilizarlos, para drenar un poco la tensión y la incomodidad, uno de los agentes comienza a entablar conversación con los miembros de la familia. Comienza por hacerles una pregunta trivial, tú sabes, nada importante, sólo para entrar en confianza:
–Bueno, ¿y qué más? ¿Cómo se está portando El Chino?
–¿Cuál Chino? –responde Teófilo Rondón–. Aquí vivimos puros negritos, no hay ningún chino aquí.
–Bueno, pero a su hijo lo llaman El Chino, ¿no?
–No, a él no lo llaman así.
Diez segundos de silencio. Los vengadores se intercambian una mirada de hielo.
–Vamos por partes, caballero –le dice el agente a Teófilo, ya con otro tono– ¿Esta no es la casa número 20 de la Vuelta del Mocho?
–No, señor. Esta sí es la casa número 20, pero del callejón Ricaurte. La Vuelta del Mocho queda como a ocho cuadras, hacia arriba.
–Ah carajo.
Uno de los policías tose, el otro se pone pálido, el otro empieza a tararear una canción y otro sale como un trueno del cuarto para dirigirse a otro funcionario. Le dice en voz baja, pero lo suficientemente fuerte para que lo escuchen en Nueva York:
–Bueno, nos vamos. Yo creo que nos caímos. Nos equivocamos de tipo.
La noticia se esparce entre los miembros de la comisión policial. Hay un intercambio de susurros y de señas. Están deliberando. El cerebro, manito, esa gente pone a funcionar el cerebro. Ellos son inteligentes. Toman una decisión.
–No se preocupe, señora, nos llevamos a su hijo un momento para hacerle unas preguntas. Y usted, señorita –dirigiéndose a Ana Rosa–, se viene con nosotros porque queremos que haga una declaración. Resulta que hemos encontrado estas armas y esta droga en el cuarto del Chino. Perdón, del joven aquí presente.
Entonces, sólo entonces, permiten que la familia salga del cuarto. Justo para ver como desde la azotea arrojan un bulto hacia la calle. No ha clareado del todo, pero es fácil adivinar que esa cosa que han arrojado desde arriba es el cuerpo de José Gregorio. Lleva una soga amarrada al pie izquierdo. Lo introducen en una camioneta Bronco y se lo llevan.

8: 00 am

Ansiedad, angustia, confusión en la casa de los Rondón y en todo el sector. La familia de José Gregorio ha subido al cuarto del muchacho y se ha encontrado con un escenario de guerra: mucha sangre en la cama, impactos de bala en las paredes. El señor Teófilo había tenido el buen tino de anotar las señas de los carros en que llegó el pelotón de policías: patrulla número 003, patrulla número 164. Poco después ha de enterarse de que la primera pertenece a la Comisaría del Oeste, y la otra a la de Ocumare del Tuy.
Al poco rato llega una señora vecina, enfermera del hospital Periférico de Catia, llama aparte a Teófilo y le cuenta: su hijo está en el hospital, muerto. La señora, al identificarlo, se atrevió a levantar la sábana que lo cubría, y contó cuatro impactos de bala en el cuerpo del joven.
Comienza entonces la penosa movilización. Primero van al hospital, pero cuando llegan les informan que el cuerpo del joven ha sido trasladado a la morgue. Van a la morgue y allí está, sí, pero no pueden entregárselo todavía, hay una averiguación en marcha, etc., etc. Vuelta a la casa, nuevas noticias de Ana Rosa, que ya ha llegado: estuvo en la División Contra Robos de la PTJ junto con otros vecinos de la familia Rondón. Les hicieron algunas preguntas sobre su hermano, cuenta la joven, pero antes les dieron una charla introductoria: Cuando les pregunten, ustedes deben responder que José Gregorio era una rata, un maldito delincuente, un azote de barrio. Si no lo hacen, cuenten con 15 años de cárcel por encubridores.
–A ver: ¿quién era José Gregorio Rondón?
–Un azote de barrio, un delincuente.
–Muy bien. Anote ahí, secretario. Veinte puntos para los vecinos del callejón Ricaurte.

6: 00 pm

Todo en regla, todo en orden para la entrega del cadáver. Teófilo Rondón y su hija van con la gente de la funeraria La Pompa para que les entreguen el cuerpo. El funcionario de la morgue va a hacerlo, pero nada de eso, mi amor, tranquilízate: en el horizonte despunta una unidad del Grupo BAE, y dos funcionarios bajan echando espuma por la boca. La orden es dejar el cuerpo del muchacho donde está.
–Pero éstos son sus familiares –argumenta el muchacho de la morgue.
–Tú no has entendido, papi –dice uno de los agentes del BAE–. Si tú entregas ese cuerpo te vas a meter en rolitranco de problema. O sea. No lo entregues.
Y el muchacho, por supuesto, no lo entregó. Nadie quiere meterse en problemas, ¿verdad?

Sábado 5 de julio, 8: 30 am

Regreso de Teófilo y los suyos a la morgue, para ver si hay otro ambiente. Sí lo hay: sin mucho trámite verifican unos documentos y proceden a entregar el cuerpo de José Gregorio Rondón, para que lo lleven a la funeraria. Les entregan un acta de defunción donde se lee un dato que no encaja: “Impacto de bala en la región intercostal izquierda”, y más nada. De los cuatro tiros que mencionó la vecina de los Rondón, nanay. En fin, lo importante es que ahora sí podrán velar y darle el último adiós al muchacho asesinado. Hey, cuidado con esas palabras, ¿cómo que asesinado? Estamos hablando del grupo BAE. Bueno, está bien, el muchacho fallecido.
Un detallito, apenas: el empleado de la funeraria, encargado de preparar el cadáver, sale un momento y le informa al señor Teófilo: “Señor, a su hijo no le hicieron la autopsia. Ese cuerpo se nos está descomponiendo. Yo puedo hacérsela aquí, pero eso le va a costar equis cantidad de dinero”.
Carrera extra de Teófilo Rondón en busca de esa equis cantidad de dinero. Listo el trámite, vamos a terminar, pues, con este doloroso asunto.
La familia Rondón a la División de Disciplina de la PTJ, para aclarar algunos puntos oscuros. Conversaron con el comisario Gerardo Quintero, le hablaron de la declaración forzosa, de lo irregular del procedimiento. Los testigos que declararon la otra vez están nuevamente en la sede de la PTJ, cuentan esta vez la historia correcta. A Ana Rosa le pusieron en las manos un libraco lleno de fotografías; en él identificó algunos rostros: los de varios de los agentes que asesinaron a su hermano, y los de otros que intervinieron en el simulacro de interrogatorio. No está tan lejos la acción de la justicia –la verdadera–: ahora el caso está ya en manos de la jueza 45 en lo penal, Rosa Figuera Medina, y de la doctora Yadira Rangel en la Fiscalía.
______________________
El Nacional, julio de 1997, con el título: Manual práctico para acabar con la justicia.

No hay comentarios.: