abril 23, 2005

El horror fue su divisa

Sin duda, hay cosas más feas en la vida que beber aguardiente, pero quién se atreve a negar a estas alturas que tomarse unos tragos es más sabroso que estar trabajando todo el día para llevar el pan a la casa. Lo que sucede es que algunas cosas terribles suelen pasar con más facilidad cuando uno está bebiendo indiscriminadamente, sobre todo si uno deja salir a los monstruos en lugar de controlarlos. Por ahí va la explicación del hipócrita terror a la caña. Nos estamos entendiendo.
Ahí tenemos el ejemplo de los hermanos Fanny, William y Luzbeida Ortiz Alvarado. Se nos ha pedido que obviemos el hecho de que estaban consumiendo licor, la noche del 16 de octubre de 1998. Como si eso fuera malo. Además, el establecimiento donde se encontraban se llama Mi Tasquita, allá en Pro Patria, y no hay que ser muy sagaz para llegar a la conclusión de que cuando uno acude a una tasca es para caerse a palos. Bueno, ellos estaban bebiendo, conversando y bailando, más o menos desde las 6:00 de la tarde, cuando de pronto hizo acto de presencia un tipo de ésos que nunca faltan: impertinente y borracho, no como una cuba, sino como cinco Cubas, seis Puerto Ricos y cuatro Repúblicas Dominicanas. A juzgar por su aspecto, debía haber pasado ya por la fase del mono -cuando se ponen a contar chistes-, por la del turpial -cuando les da por cantar- y la del cocodrilo -cuando sueltan el llanto-. Algo bastante peligroso, es preciso decirlo, porque generalmente la fase que sigue, y la que le pone punto final a todas las demás, es la del león.
Y lo peor: el tipo estaba vestido con un uniforme de la Guardia Nacional. Y llevaba encima su arma de reglamento.
Echale semilla

Pero antes de llegar todo lo lejos que llegó en su rodada, atravesó por otras fases aún sin identificación oficial, aunque bastante comunes, como por ejemplo la del maraquero. El hombre invitó a bailar a una desconocida y la pobre cometió la equivocación de aceptar; nunca en su vida había bailado merengue en ritmo de bolero, pero como todos los uniformes, inclusive los de boy scout, suelen inspirar respeto, ella tuvo que bailar la pieza hasta el final.
Una vez que terminó con esa primera pareja, se fijó en otras, pero una a una fueron rechazándolo con las conocidas excusas del dolor de cabeza, el no sé bailar y el cansancio. Entonces la cogió con un pobre comensal que estaba ubicado en la barra, acusándolo de haberle quitado la silla. El sujeto opuso una débil resistencia, pero al ver que el uniformado sacó su arma de reglamento y se la puso a dos milímetros de la cara, se apresuró a entregarle la silla, bien limpia y pulida por si acaso. Esto ocurrió a escasos metros de los hermanos Ortiz Alvarado.
Estos, un poco nerviosos ya por tantas payasadas, decidieron marcharse del lugar. A todas estas, los compañeros del alegre funcionario estaban también un poco fastidiados con sus impertinencias, pero permanecieron allí sin hacer nada al respecto. Y pensar que uno pone a funcionar esa correa apenas los hijos empiezan a rayar las paredes. El GN encontró en ese momento otra incauta con quien bailar y vacilar, cuando, en uno de sus locos tambaleos, tropezó a las hermanas Luzbeida y Fanny. Bravo y apoyado, le reclamó a las muchachas, quienes siguieron su camino hacia afuera acompañadas por su hermano. Entonces sí es verdad que lo mordió la indignación, ¿cómo era posible que aquellas maleducadas no le hubieran pedido disculpas?
Salió tras ellas, le dio un empujón al portero, sacó la pistola, haló por el pelo a Luzbeida y ahí lo tienen, en plena fase del león: le dio un disparo en el rostro a la joven y emprendió veloz carrera, una carrera que, según informaciones que no han podido ser confirmadas y tampoco negadas, todavía no se ha detenido. Por su parte, los hermanos de Luzbeida tuvieron que someterse a la humillación extra de hacer un tour por los hospitales de Los Magallanes y Lídice, donde les dijeron que no podían atenderla, antes de irse hasta la clínica Attías. Allí la atendieron, la hospitalizaron durante 13 días, pero nada se pudo hacer, a pesar de los 18 millones que la familia tuvo que sacar de la nada para pagar el tratamiento. La muchacha falleció el 29 de octubre. Y la historia todavía va por la mitad.

Vericuetos, como siempre
El nombre del gracioso en cuestión es Richard Delgado García, y para el momento de su gloriosa gesta era Guardia de Honor, allá en la Casa Militar, muy cerquita de Miraflores. Dicen que fue escolta de Juan José Caldera. El detalle no importa. Ese señor no está en la obligación de olerle el aliento al personal antes de contratarlo; y además, él no lo pagaba. Pero lo que sí importa es que Delgado trató de confundir a sus superiores, específicamente al teniente coronel Sebastiani, jefe de Investigaciones, diciéndole que qué heroico estuve anoche, mi teniente. Fíjese que unos tipos querían atracar una tasca en Pro Patria y entonces vine yo y ta, ta, ta, plomo con los malos. Sebastiani, que ya tenía unas espuelas de medio metro cuando Richard Delgado todavía se orinaba en los pañales, lo bajó de la nube y después de una breve indagación decidió entregarlo al Comando Regional número 5, desde donde lo trasladaron a Villa Zoila.
A los pocos días, apenas la jueza 31 penal, Hortensia de Perdomo, le dictó auto de detención por homicidio calificado, comenzaron los vaivenes y las sombras fantasmales a fastidiarle la vida a la familia Ortiz Alvarado. Una comisión de la PTJ del Oeste fue a buscar al asesino -ah, perdón, no hemos perdido esa manía de decir cosas feas en contra de alguna gente- y regresó con las manos vacías, pues les dijeron que Delgado estaba en una comisión en el estado Aragua. Más tarde la familia de Luzbeida acudió a Villa Zoila para informarse y, según relatan, un teniente de apellido Hernández les dijo con toda franqueza que no podían entregar a ese funcionario porque a nadie en la GN le constaba si quienes iniciaron el vaporón en la tasca de Pro Patria habían sido ellos, Luzbeida y sus hermanos.
Nueva visita de la PTJ para que se ejecutara la decisión de la jueza, nueva negativa de la GN, hasta que el detective Piñango, de la PTJ del Oeste, confesó que ya el vacilón del los guardias le tenía una pierna hinchada y estaba pensando seriamente no volver más a buscar a Delgado.Han transcurrido cuatro meses desde el asesinato, y en la Guardia las versiones proliferan como el sorgo: en Logística dicen que ya Delgado está tras las rejas, en otras instancias dicen que hace tiempo no lo ven por allí, que posiblemente esté por los Andes. Hey, amigos de la Guardia: no se apuren mucho para entregar al compañero, si así lo desean; no informen a la prensa -¿para qué?- sobre su paradero, pero eso sí: pónganse de acuerdo y concédanle a la familia de Luzbeida aunque sea el beneficio de la verdad.
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El Nacional, marzo de 1999. Fue publicada con ese mismo título.

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